Haber nacido en Cuenca, una ciudad que lo tiene todo, es un privilegio. Sus calles adoquinadas nos recuerdan a una ciudad antigua y pequeña, que actualmente se señorea entre una tendencia moderna y contemporánea con derroche de arquitectura, cultura, patrimonio e identidad.
Cuenca es una ciudad mágica, adornada por sus cuatro ríos, que hoy se ven lánguidos y casi quietos debido a la falta de lluvias. Imagino la frustración de poetas y pintores que encuentran su inspiración en el Tomebamba. Sin embargo, el motivo de esta sequía es un misterio que solo Taita Dios conoce. Ahora, más que nunca, nos corresponde ser conscientes y cuidadosos con nuestra madre naturaleza.
Recorrer el centro histórico es adentrarse en la historia y la memoria viva de nuestras tradiciones. En cada esquina tenemos cajetines de luz, que antes dañaban la fachada y ahora, son un referente del arte en su máxima expresión. No faltan las cholitas cuencanas, los instrumentos de viento, las polleras bordadas, los colibríes y los sombreros de paja toquilla.
En este recorrido por Cuenca, es imperdonable perderse la ruta de la Calle Larga o la bajada Del Padrón, un espacio que antes era inseguro y feo y que actualmente, se llena de arte, magia y color. Las paredes de las casas ubicadas en la Calle Larga exhiben murales con vida propia que roban las miradas de propios y extraños.
Me encanta vivir en una ciudad que está a la altura del turismo nacional e internacional, que sabe conquistar con su gastronomía, artesanías, música, encantos naturales, su gente, sus costumbres y sobre todo de un alcalde joven que sabe accionar para el desarrollo de la urbe, tanto así, que estamos a la vanguardia internacional con la Francisco Sojos, una escalinata renovada, que es un referente de la movilidad inclusiva a nivel país. Con todo lo referido cómo no sentirnos orgullosamente cuencanos. (O)