Por estos días, hemos sido testigos de una preocupante cantidad de motociclistas que circulan por las calles sin portar los implementos de seguridad mínimos requeridos. No nos referimos a un equipo sofisticado que ofrezca una protección integral para el conductor y su acompañante, sino al elemento más básico y fundamental para su seguridad: el casco.
El uso de un casco no solo está científicamente comprobado como una herramienta que salva vidas, sino que también es un requisito legal en la mayoría de las jurisdicciones. Lo que resulta alarmante es la cantidad de personas que, al tomar el manubrio de una motocicleta, parecen ignorar o subestimar los riesgos asociados.
Más allá de cuestionar los beneficios del casco, que ya están fuera de discusión, es imperativo analizar la falta de consciencia y responsabilidad que domina a buena parte de esta creciente masa de motociclistas. Muchos de ellos no solo desafían las normas de tránsito, sino que además vulneran los principios básicos de autoprotección.
Es inevitable señalar la inacción o insuficiencia de los organismos encargados de velar por el cumplimiento de las normas de tránsito. Su labor, vital para garantizar la seguridad en las vías, parece estar siendo rebasada por el aumento exponencial de motocicletas en las calles y la falta de campañas efectivas de educación vial.
El problema no recae únicamente en los infractores, sino también en la necesidad de establecer un control más riguroso y políticas que fomenten el respeto a las normativas. (O)