Del año y medio, el tiempo disponible para gobernar, el presidente Daniel Noboa ha cumplido 365 días.
Evaluar su gestión en tan corto tiempo resulta un ejercicio por demás sutil y hasta apresurado.
Son los imponderables de la política ecuatoriana, cíclica, impredecible y casi siempre por el filo de la desestabilización.
Los restantes seis meses pasarán en medio del tráfago electoral, de cuyo vendaval él es uno de los protagonistas, y lo está viviendo tras la cuestionada suspensión temporal de la vicepresidenta Verónica Abad.
Ese corto lapso pasará “sin pena ni gloria”. No se tomarán las mejores decisiones y, según suele comentarse, en el Palacio ya casi nadie hace caso, sin contar con una Asamblea dominada por suplentes.
En materia de seguridad, con un enemigo similar a un monstruo de mil cabezas, enraizado en gran parte del tejido social, dispuesto a darle guerra al Estado, el gobierno de Noboa ha enfrentado a bandas criminales encabezadas por las del narcotráfico, cuya derrota total como lo exigen los ecuatorianos será cuestión quien sabe de cuántos años.
Todo esto, únicamente para hablar de una de las principales preocupaciones de los ecuatorianos, seguida de la crisis eléctrica. Esta le explotó con total contundencia, y sus secuelas económicas serán invaluables.
En lo económico primó la el alza de impuestos, en especial el IVA; mayor endeudamiento externo, con lo cual el gobierno palió muchas deudas acumuladas, como a los GAD y al Seguro Social.
Un gobierno pasajero no puede hacer gran cosa en año y medio. Ha pagado su novatada en varios aspectos, como en la política internacional, por ejemplo. No hay obra pública. En lo político, fue abandonado por sus aliados de ocasión, en tanto los temas de la consulta popular no han sido legislados. De esta forma se minimiza la voluntad del soberano.
Cada ecuatoriano sabrá entender las coyunturas políticas, igual las intenciones del gobernante, su falta de comunicación con la gente, sus yerros, pero también sus logros.