La violencia criminal se ensaña con la vecina provincia de El Oro, tierra productiva, emprendedora y turística. Sus aportes al país son invaluables.
Es víctima del asedio de bandas delictivas ligadas al narcotráfico, a la minería ilegal, al narcomenudeo, al secuestro y a la extorsión.
El pasado fin de semana se produjo 27 asesinatos, algunos cometidos con saña.
Sólo en una parroquia se asesinó a 10 sujetos, la mayoría de nacionalidad colombiana. Fueron sorprendidos en una vivienda, seguramente tomada para escondite, y baleados con armas de grueso calibre.
Según hipótesis policial, se trataría de un ajuste de cuentas entre grupos delictivos, cuya disputa por el territorio para el cometimiento de sus ilícitos se zanja a sangre y fuego, sin importar si su demencial acción alcanza a víctimas inocentes.
En el mundo del crimen, la delación, el intento por salirse del grupo, el tomarse el nombre de determinada banda para delinquir, y hasta la división, se saldan con la muerte.
Desde hacía varios años, El Oro vive en constante zozobra. Igual se asesina en Machala como en Pasaje, Puerto Bolívar, Huaquillas, Santa Rosa, o donde sea, como en donde sea se secuestra, se extorsiona y se le da guerra al Estado.
Todas las actividades económicas estarán en franco retroceso. Sobre todo la paz ciudadana, el anhelo por emprender o pagar cuentas pendientes tras haber invertido en tal o cual negocio. Al contrario, de pronto, estancados, con el ánimo por los suelos; pensando, a lo mejor, en emigrar.
Parte de su territorio es zona minera desde antaño, una actividad apetecida por grupos delictivos, cuyo radio de acción abarca también a su vecino, el cantón Ponce Enríquez, otro escenario de terror.
Ni siquiera los constantes estados de excepción y los consiguientes operativos de la Policía y el Ejército frenan esa ola delictiva. Es una guerra a largo plazo; pero en El Oro, como en Durán, deben enfocarse con más decisión y fuerza.