En febrero de 2023, un personaje casi desconocido, excepto en los recovecos de la Corte Nacional de Justicia y entre los “corazones ardientes” a los cuales sirvió como uno más, fue bendecido con la presidencia del Consejo de la Judicatura (CJ).
Dicha bendición (¿maldición?) se materializó en el tercer intento, hablamos del intento del entonces presidente de la CNJ, ahora aspirante al solio presidencial, para que un candidato suyo, parte de una terna, dirija el CJ, donde se santifican jueces, se los premia o se los castiga, se los usa y desusa.
¿Fue escogido así por así, o lo recomendó algún San Benito? Lo único cierto es que el Consejo de Participación Ciudadana y no sé qué más, por unanimidad lo eligió presidente del CJ.
De pronto, el desconocido se fue convirtiendo en un extravagante e histriónico personaje, cuyas cantinfladas y pujos de grandeza llamaban la atención.
Gracias a Metástasis y a otros casos judicializados se descubre la verdadera cara de tan curioso sujeto, coleccionista de selfies.
Puesto tras las rejas junto a otros angelitos, se conocieron sus andanzas, sus entronques, su capacidad para delinquir, sojuzgar, manipular, y hasta sus devaneos, que configuran una personalidad digna para de un análisis psiquiátrico.
Entonces se sabe que en ese bajo mundo lo llamaban “Diablo”, apodo sobre el cual hizo una antología del ridículo durante el juicio político al que fue sometido en la Asamblea, donde sus agnados y cognados le sacaron de las brasas. ¿Por qué será?
Metástasis. Las células cancerosas del narcotráfico coparon cuerpo y alma del “Diablo”, cuyos mensajes, aparentemente infranqueables, con la servidumbre de un gran capo, entre ellos ciertos abogados, periodistas, jueces, fiscales, le despellejaron hasta los cuernos.
Con sus diabluras trapeó el concurso para designar jueces de la CNJ, seguramente para poner a sus diablillos, y hasta pretendió cargarse a su infierno a la Fiscal General.
Es en las audiencias efectuadas en estos días donde sale a flote las diabluras del “Diablo”, verdaderas bofetadas a la honra de los ecuatorianos, a la administración de Justicia.
En su imaginario psicodélico se sentía presidente de la república. Se enredó en amoríos. Integró grupos de asesores y respaldos, llamándolos “ángeles blancos,” “ángeles negros”, “legión rural”, más el “ejército invisible” del que eran parte hackers contratados para hacerle el trabajo sucio.
Con diablos así para qué hablar de Justicia. Y como él, hay centenares. Los más, metidos en ese infiernillo de la política sucia. ¡Pobre país! (O)