La guillotina se convirtió en un ícono no solo de la Revolución Francesa, sino también de la lucha contra el poder absoluto. Simular que una persona era guillotinada ayudaba a reforzar la narrativa de que la revolución era una ruptura definitiva con el pasado, justificando la violencia como un medio necesario para alcanzar la justicia y la igualdad, que son los fundamentos de los derechos humanos que hoy gozamos.
Mugre Sur, en el QuitoFest, simuló el ahorcamiento del Presidente Noboa, evento que provocó reacciones a favor y en contra, comentarios que censuran un evento y expresión cultural, otras plantean que promueve la violencia y el odio, y otro tanto aplaude de pie el acto: por fin alguien hace algo.
En un análisis sociológico, actos públicos en donde se simula una decapitación, ahorcamiento o la quema de banderas, reflejan un elevado descontento social por el régimen que gobierna, son una expresión de malestar que incentiva un llamado a la acción y a la movilización. Parece un “deja vú” de los 2000, cuando el país era “ingobernable” se ahorcaron, enterraron y quemaron monigotes de líderes políticos, que al poco tiempo fueron derrocados. Hay un despertar social, quiero creer que se acercan tiempos de cambio y que la cultura urbana está destapando conciencias que la política no logra destapar. (O)
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