Toc, toc, toc
-¿Quién es?
-La vieja Inés. Jaja, nooo mentira, soy la Vero. Déjenme entrar.
Percibe murmullos inentendibles y movimientos sutiles al interior de la vicepresidencia. Un par de segundos después, escucha pasos que se aproximan. -Ya vienen, ya vienen, se dice. Con las manos se plancha el vestido, se arregla el peinado y esboza su sonrisa engañosa. Del otro lado de la puerta, una voz masculina pronuncia en tono grave: por órdenes superiores, ejem, se aclara la garganta, no la podemos dejar pasar.
-¡Ele! ¿Por qué pues? ¡Si soy la vice! Da un taconazo y pone sus brazos en jarra. Su rictus se contrae.
-Toc, toc, toc. ¡Abran la puerta!, exclama, exasperada. Saca de su cartera la bandera del Ecuador. La extiende entre sus brazos a manera de escudo. Como si quisiera cubrir con ella las ansias de poder que le traicionan.
-¿Caracho, por qué tardan tanto?, se pregunta, con enfado.
Nuevamente oye una cadena de susurros. Pega la oreja a la puerta. Bajan y suben gradas, corren, se tropiezan; una carpeta inflada con denuncias sobre presuntos actos de corrupción del caso Nene; documentos con supuestas pruebas del contubernio armado entre la vice y el prófugo para obligar al presidente a pedir licencia con la ayuda de la Asamblea Nacional liderada por el correísmo y tomarse la presidencia de la República a través de la vice, nueva cuota política de la RC, cae al piso. Se agachan y la recogen. Se la entregan al vocero del presi.
Se acercan pasos apresurados al portón blindado. El de la voz grave abre la carpeta y anuncia: el presi manda a decir qué, por necia y porfiada, de este edificio queda usted desterrada. Que alguien más ocupa su lugar. Que el artículo 149 de la Constitución especifica, puntualiza y define que “el vice ejercerá solo las funciones que el presi le asigne”. Clarito está. Que en Turquía es en donde debe estar, y no en suelo patrio dedicada a jorobar. Que de tarea le manda a escribir cien planas en letra manuscrita sobre lo que señala dicho artículo, y a comer mucha sardina, para que no se le vaya a olvidar.
En ese punto del monólogo, la sangre le hierve. -¡Abran la puerta! ¡Abran la puerta!, grita a voz en cuello. ¡Tienen cinco minutos para abrirme la puerta!, ordena con firmeza. Cuatro transeúntes en la vereda de enfrente la miran desconcertados.
-Toc, toc, toc… ¡Que me abran, he dicho! ¡Abran!
-Toc, toc…
-Toc… (O)