Tras finalizar el 2024, queda un sinnúmero de aprendizajes, saberes, testimonios, aconteceres y designios en el tránsito humano. Hay nostalgia, pero a la vez, el ánimo prospectivo. Es un lapso que acoge y recoge experiencias en la existencia cotidiana, entre el anhelo y la decepción, entre la ilusión de días mejores y la crudeza de la realidad vestida de desencanto. Hay dudas que se plantean más allá de la rutina y que merecen respuestas con una pragmática que nos devuelva la esperanza tan necesaria en la vida.
Acabamos de quemar de manera simbólica doce meses con la firme intención de renovar la actitud en el ambiente familiar, en el puesto de trabajo, en el aula de estudio, en la vecindad o en el barrio, en cada rincón o lugar en donde tengamos que sentir y actuar dentro de la dimensión social. Esta temporada de incienso, galletas diminutas, caramelos, bullicio y buenos deseos, permite reverdecer un ánimo solidario y de fecunda armonía. Es momento para revalorizar la paz entre los hombres, que es lo mismo que decir, la concordia entre las naciones. Como nos dice el libro de libros, la Biblia: “Hay un tiempo para cada cosa (…) Hay tiempo de nacer y tiempo para morir; tiempo para plantar, y tiempo para arrancar lo plantado (…) Un tiempo para llorar y otro para reír (…) un tiempo para callarse, y otro para hablar. Un tiempo para amar, y otro para odiar; un tiempo para la guerra, y otro para la paz” (Eclesiastés 3: 1-2-4-7-8).
Este es un tiempo de proyección. Del enfoque de optimismo colectivo, no obstante, las consabidas dificultades. De deseos febriles y objetivos en ciernes. Recibimos al 2025 con intenciones valiosas y predisposición a los desafíos. Ajeno a la fatuidad y la soberbia. Al contrario, en el marco de la autorreflexión para enmendar errores y ratificar los aciertos pertinentes. (O)