No me avisaron a tiempo: los años se nos vienen encima y el equipaje de recuerdos cada día se vuelve más liviano. Me encuentro en esa fase. Me cuentan que años atrás hicimos viajes por allá y otros por acá. Yo dejo que cuenten quienes recuerdan pormenores. Me río con ellos y también me alegro porque me dicen haber sido protagonista de gestas. Me asombro de lo que cuentan, festejo con ellos. A los familiares íntimos y jóvenes les sugiero que lleven una agenda donde consignen lo más importante para que más tarde puedan revisar los caminos andados, máxime ahora, que es posible hacerlo con voces e imágenes. En mi caso perdí esa posibilidad.
En este teje y maneje de mis años, idos junto con la memoria, su fiel compañera, recuerdo haber conocido a un joven político de carácter fuerte y verbo fácil. Lo conocí de cerca en los años que tuve la suerte de servir a Guayaquil como su primer director de Justicia y Vigilancia, cuando trabajé junto a un alcalde que amaba a su ciudad y, también, de un centenar de jóvenes deseosos de dar sus mejores horas y energías al servicio del orden y la pulcritud de la urbe porteña.
Aquellos eran tiempos en los que la siempre complicada política era más nítida, más sana. Los partidos políticos tenían definiciones claras en sus objetivos y se luchaba con ardor. Recuerdo claramente el nombre de uno de esos personajes. Una buena tarde hubo un mitin político en Guayaquil y, el protagonista de este párrafo, fue el orador. Vi reunidas más de cien mil personas copando calles enteras con orden y euforia, con pasión y corazón. El orador dominaba a sus seguidores que a su vez lo aplaudían a rabiar. Esa tarde no nació un líder: el líder dio su lección y creció su nombre.
El otro nombre conocí en el colegio salesiano Cristóbal Colón: de estatura mediana, hábil basquetbolista, parte de una familia ejemplar; su madre trabajadora a tiempo completo; la Navidad, en especial la cena navideña, era ocasión para sentir en esa familia la presencia de la bondad y la rectitud. Recuerdo que Gustavo Noboa, en esos años, fue imán que atraía a quienes buscaban algo más allá de la materia.
Es hermoso vivir. Es un regalo conocer vidas. Nunca olvido los nombres de JAIME y RICARDO. ¡Caminamos nuestros propios senderos! (O)