No seré yo el único al que le pasa, al menos eso espero. Pero para salir de dudas, empezaré por hacerle algunas preguntas, a ver si nos vamos entendiendo: ¿Está su armario lleno de ropa, aunque usted no salga de compras? ¿Tiene pantalones jean que les ganan en edad a sus hijos? ¿Es de los que cree que las casacas y las botas de cuero se van haciendo más “bacanes” con los años? ¿Cree que las sudaderas viejas todavía sirven como pijama? ¿Tiene el terno con que se graduó? ¿Le sucede que revisa fotos viejas y se da cuenta de que todavía tiene la ropa con la que sale en la foto? ¿Ama con desesperación su ropa vieja hasta el punto de querer asesinar a su esposa o la señora de la limpieza cuando, en franca violación a sus garantías fundamentales en un Estado de Derecho, se arrogan las funciones de donarlas? ¿Le han dicho que tiene que ponerse a la moda? …. ¿Sabe usted qué es la moda?
Pero no se deprima. Piense que no está solo y que en el mundo hay gente (Usted, por ejemplo) que sabe que hay ciertas prendas que, ajenas a la moda, guardan valor sentimental porque han sido cómplices y testigos de grandes gestas (en la barra brava del estadio mis amigos han bautizado un gabán amarillo como el saco de pelear, sobran las explicaciones) o han sufrido junto a usted el rigor de viajes, paseos irrepetibles y ‘chumas’ inconfesables. Y esas prendas, claro está, se guardan.
Y no, usted no es pobre, ni monótono, ni viejo… usted es vintage o grunge (depende del deterioro de la prenda en cuestión). Es más, con algo de suerte, usted podría ser “aesthetic”, como le gusta decirme a mi hija Sofía, término que yo no entiendo, pero intuyo como “a – estético”, o sea “sin estética” o “con otra estética”. Y supongo que sí pues, así soy yo (o mi ropa al menos). Además, usted sabe que lo que importa es el valor de la persona y no el precio de lo que lleva puesto.
Ajá. Así como lo oyes…. ¡a ti te digo…! (O)
