La más importante celebración mundial, cuyos inicios se remontan a 5000 años atrás en poblaciones sumerias y egipcias, para luego afianzarse en las lupercales y saturnales romanos, eran fiestas realizadas sin límite en honor del dios Baco. Es fiesta que el mundo entero la espera con pasión y gratos momentos de regocijo. Siendo elementalmente pagana, no es manoseada ni remodelada por las religiones que todo lo tergiversan y moldean a voluntad de los creyentes o los ideólogos de sus tendencias, que divinizan a voluntad muchos hechos humanos normales, ciertos o fantasiosos como la natividad misma.
Famosos son los carnavales de Rio de Janeiro y Venecia, en donde en el primero, los grupos de danza lo preparan sin pausa durante el año entero con fastuosidad y oropeles sin parangón. Cuerpos de mujeres bellas ataviadas con guirnaldas, plumas y colores maravillosos, danzan con frenesí días enteros. Cada grupo puja por llevarse el premio que se otorga al más bello grupo y las orquestas y samba afrobrasileña son convocadas con estridencia, pasión y sin pausa. El de Venecia con sus máscaras bellísimas de porcelana, convierten la fiesta en aristocrático momento.
Nuestros carnavaleros cambiaron mucho con los años. Recuerdo de niño que la ciudad estaba sitiada. No había ninguna, pero ninguna actividad, ni de comercio tan siquiera y todo se reducía a verdaderas batallas campales con las armas más efectivas, el agua y la maicena. Aseveran que gente rica jugaba su carnaval a la doncella de su querer con polvo de oro. No lo vi, pero si es cierto. Los hidrantes se vulneraban y alrededor de ellos reían y libaban los priostes. No se consideraba esto como un agravio a la ciudad y las autoridades permitían estos desafueros. Camionetas con un enorme tanque de agua y los bullangeros incitados por el famoso “gloriado” convertían a la ciudad en un verdadero campo de batalla. Muchos accidentes, cortes y contusiones de variado jaez existían y en realidad los que teníamos trabajo redoblado éramos los médicos y casas de salud que no daban abasto a las suturas. La verdadera víctima, como casi siempre, incluso hoy en el campo, fue siempre el cerdo, al que lo mimaban y alimentaban durante meses en las huertas de las casas céntricas o quintas cercanas, con la famosa “lavasa” de las cocinas y afrecho, donde se reunía toda la familia para degustar desde las madrugadas cascaritas y luego, más entrado el día, sancocho, tostado y fritada con mote humeante. Lo interesante de esto fue que, mucha gente conocida o amiga, entraba sin ningún resquemor ni vergüenza y sin invitación expresa a comer, tomar unos “drakes” y seguir su camino de juerga. Cambiaron nuestros carnavales y yo los extraño, tal como fueron. (O)