Ayer, millones de ecuatorianos acudimos a las urnas con una sola visión: un país mejor. Más allá de quién haya ganado, la verdadera victoria pertenece al pueblo, que sigue apostando por la democracia con la esperanza de un futuro más justo, seguro y próspero.
Desde temprano, las filas en los centros de votación reflejaron el compromiso ciudadano. Muchos acudieron con la certeza de que su voto es una herramienta de cambio, mientras que otros lo hicieron con escepticismo, pero con la convicción de que Ecuador no puede detenerse. “Votamos porque queremos que las cosas cambien, merecemos un país sin miedo”, dijo María una comerciante ecuatoriana.
Para los jóvenes; en esta su primera elección, su participación fue crucial y la vivieron con la ilusión de que su generación sea la que impulse la transformación que Ecuador necesita.
Las nuevas autoridades, reciben un país lleno de desafíos: inseguridad, desempleo, crisis económica; pero también asumen, la responsabilidad de cumplir y responder a la confianza de quienes los eligieron, y de los que no.
La esperanza que ayer llevó a los ecuatorianos a las urnas no puede ser traicionada. El pueblo habló y su mensaje es claro: “exige un gobierno que trabaje con honestidad, eficacia y compromiso”. Un gobierno que no gobierne para unos pocos, sino para todos.
Ecuador es más grande que sus políticos. Su gente ha demostrado una vez más que, a pesar de las dificultades, sigue creyendo en la democracia y en la posibilidad de cambio.
Ecuador no se detiene, seguiremos vigilantes; porque optamos por una democracia representativa de: inclusión, diálogo y rendición de cuentas.
Per, sobre todo, una democracia que vele por el bien común. (O)