La ilusión del control individual, que se ancla en esa idea de que somos los únicos arquitectos de nuestro destino, es tranquilizadora y nos da una falsa sensación de seguridad en un mundo caótico. Pero también puede ser una carga injusta, porque si creemos que todo está bajo nuestro control, entonces todo lo que sale mal también sería culpa nuestra, y eso, además de falso, nos hundiría en la miseria de la autoflagelación, finalmente, la vida nos enseña pronto que no todo depende de uno.
La psicóloga Ellen Langer, pionera en el estudio de la ilusión de control, demostró que las personas tienden a sobreestimar su capacidad de influir en resultados del azar. Desde lanzar los dados con más fuerza hasta pensar que una actitud positiva por sí sola puede curar una enfermedad, en muchos detalles nos gusta sentir que tenemos el timón… aunque sea decorativo.
Pero es necesario entender que el esfuerzo, la constancia y la dedicación no son todo, que el contexto, las circunstancias, la suerte, los privilegios y hasta los tropiezos ajenos tienen un peso en nuestras vidas. Es claro que el mérito personal existe, seguro que sí, pero no en un vacío.
Quizá por eso nos cuesta tanto aceptar ayuda o reconocer la suerte que hemos tenido, porque hacerlo nos recuerda que no controlamos tanto como creemos. Y, paradójicamente, reconocer ese límite puede hacernos más libres, porque si no todo depende de nosotros, entonces tampoco todo recae sobre nuestros hombros.
A veces lo más valiente no es luchar por tener todo bajo control, sino ceder el control con gracia, confiar, colaborar, adaptarse. Como dijo Viktor Frankl: entre el estímulo y la respuesta hay un espacio, y en ese espacio está nuestra libertad, pero no necesariamente el control absoluto. (O)
@ceciliaugalde