El peso de la verdad


Es una verdad incontrovertible que en nuestro país los padres le mienten a sus hijos y los hijos le mienten a sus padres, el esposo le miente a la esposa y viceversa, el maestro le miente al alumno y el alumno al maestro, el agente de transito le miente al conductor y el conductor al agente, el funcionario público le miente al usuario y el usuario le miente al funcionario, el vendedor le engaña al cliente y el cliente al vendedor, el candidato le miente al elector y el elector al candidato, los gobernantes mienten a sus mandantes y los mandantes mienten a sus gobernantes. Posiblemente algunos lectores reaccionen ante estas líneas, con un “yo no miento”, y de hecho tienen toda la razón, pero es asunto de porcentajes nada más. La gran verdad es que en nuestra sociedad se ha enseñoreado la mentira y que este terrible defecto es la “madre” de muchos malos mayores, entre ellos, y brillando con luz propia, la corrupción.
Es tan grave la situación que mienten incluso aquellas personas bajo cuya responsabilidad está la de dar buen ejemplo al resto de la comunidad. Los dirigentes o líderes políticos, los dirigentes o líderes gremiales, los funcionarios del gobierno. Y una de dos, o llegan a los puestos de relevancia siendo ya mentirosos, o se hacen mentirosos al asumir sus flamantes responsabilidades. Claro que una motivación importante siempre será la de “admirar” a personajes que, a pesar de ser mentirosos, han escalado a posiciones relevantes, y no solamente ello, sino que, además, gozan de envidiables, tanto como inexplicables, fortunas personales.
Hay funcionarios que mienten tras hacerle quedar bien al gobierno, ¡y ello es imperdonable!. Ante los hechos que llaman la atención en el convivir diario, la ciudadanía merece siempre saber la verdad, por un elemental principio de respeto, y los voceros gubernamentales deben estar perfectamente claros de su responsabilidad en tal sentido. Si, en un momento, la verdad resulta negativa para la imagen del gobierno, aún así, siempre será preferible a que se descubra una mentira que, en términos reales, constituye el vergonzoso encubrimiento de la verdad.

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