…Y desde el norte vendrán a decirnos, sin el mínimo rubor, qué bonita que es Cuenca, qué ciudad para más acogedora, qué calidad de agua que beben los cuencanos; qué ciudad para más bendecida con sus cuatro ríos, con su paraíso celestial que es el Parque Nacional Cajas; que Cuenca es la joya del Ecuador; que por todos los motivos habidos y por haber es la ciudad escogida por miles de extranjeros para vivir; que es la ciudad por mil títulos Patrimonio Cultual de la Humanidad; aquella que por sus proyectos innovadores es la ciudad referente para toda la nación.
¡Hipócritas!
La “mala suerte” es que, bajo el territorio de Cuenca, del Azuay, aún en las zonas más inimaginables, a la Madre Naturaleza se le ocurrió esconder betas de oro, de cobre, de plata, y más tesoros. Su explotación aviva la gula del capitalismo salvaje, de los que no tienen sed del agua pura, de los que no entienden el valor del páramo, de cerros y montañas; de la paz en la que habitan cientos de especies; que despierta la avaricia de facinerosos que por su estrechez frontal ignoran qué son las fuentes primigenias del agua.
¡Hipócritas sedientos de oro, que tras bastidores del centralismo otorgan concesiones, si es posible hasta al diablo!
Falsarios burócratas del centralismo y sus apóstoles locales que, en contubernio con los Atilas del apocalipsis moderno, dividen comunidades, enlodan consultas o las inventan, mientras se hacen los pendejos cuando depredadores ilegales y hasta los legales destrozan la Amazonia, causan la diáspora de los lugareños, y festejan porque las transnacionales, a pretexto de regalías, apenas dejan un octavo de una lana del burro, pero se llevan el burro entero, incluyendo estaca, abrevadero y pradera.
¿La suerte está echada?
Hablo de la suerte de Kimsacocha una vez otorgada la licencia ambiental, con la cual, al amparo de la tecnología moderna, pronto se clavará un agujón de acero en la pleura de este páramo milenario, uno de los tantos pulmones que tiene Cuenca, el Azuay.
Si hubiera oro bajo la Catedral de Cuenca, seguro que esos adoradores del becerro dieran la concesión y esa tan prostituida licencia.
Lo peor es que nos coge divididos, con autoridades seccionales cuestionadas, defendiendo cada cual su metro cuadrado, con una Academia sumida en el más esbirro de los silencios; dejando que únicamente un grupo de quijotes, dentro de la batalla legal, se bata por sí solo, mientras el resto traga máchica a secas.
¿Será que debamos prepararnos para cantar un réquiem por Kimsacocha? (O)