A los que nos llega el otoño de la vida, tendremos que afrontar la ancianidad con paciencia y fortaleza, a pesar del cansancio de una vida que se escapa como el agua entre los dedos.
La medicina y las mejores condiciones de vida hacen que la sobrevivencia se alargue y vivamos, en general, más que nuestros antepasados. Pero, muchas personas mayores encerradas como están en la sociedad del bienestar, pueden aparecer como inútiles y engorrosas.
Los jóvenes parecen no necesitar de los ancianos y, mucho menos, que sean ellos quienes les cuenten batallitas sobre cómo debería de ser la vida y funcionar el mundo; sin embargo, los ancianos están cada vez más presentes en nuestra sociedad, su número crece y sus necesidades también.
Debemos estar conscientes de que, dentro de cada uno de nosotros hay un anciano potencial. Podemos ocultar a los mayores, alejarlos de nuestra vida cotidiana y encerrarlos en asilos o en la habitación del fondo del pasillo, pero nunca podremos eliminar al anciano que llevamos dentro.
Algún día también nosotros correremos el riesgo de volvernos o de que nos hagan invisibles. Será ese día en el que el vuelo de un pájaro aventará la pizca de imaginación que nos quede…..Incluso con la debilidad de su cuerpo, los ancianos expresan una gran humanidad.
Los ancianos nos recuerdan que todos tenemos fecha de caducidad tatuada en la palma de la mano y que, algún día, tendremos que preparar en forma más intensiva el encuentro con Dios.
A la luz de la finitud de nuestra existencia material y bajo la eterna luz de nuestro espíritu, todos estamos llamados a vivir mejor, dentro de un marco de paz, justicia, ética y moral; a ser más contemplativos y amorosos, a ocupar mejor el tiempo, a perdonar y pedir perdón a tanta gente que nos amó y a la que, quizá, nunca supimos amar suficiente.
Recordemos que, la pandemia del SARS-COV2 trajo consigo la guadaña de la muerte, fundamentalmente dirigida a los seres humanos en proceso de envejecimiento. Concomitantemente, afloraron preguntas éticas sobre escoger quién sobrevive, quién llega al respirador, a quién rechaza el sistema por su “edad”.
Un discrimen por donde lo quieran analizar los juristas. Terrible dilema moral que debe estudiarse a profundidad y corregirse, para que jamás vuelva a suceder.
La sinfonía de la vida debería terminar con una gran final de paz y serenidad, comodidad material y contento espiritual, y no como el estampido de un tambor que se rompe. (O)