Los hechos son innegables. Se trata de un patrón de decisiones ejecutivas que van conformando un patrón evidente. Y no estoy hablando de teorías conspirativas ni de paranoia colectiva. Se trata simplemente de tener ojos y sentido común. Una historia que empezó hace ya algún tiempo, con el traslado de la CELEC a la capital, en un primer ejercicio de centralismo y despojo.
Pero esta vez fueron más lejos. La eliminación del cobro de la tasa en la planilla eléctrica es una medida quirúrgica que le arrebata a la EMAC su mecanismo de recaudación, complicando la estabilidad financiera de una empresa pública ejemplar y comprometiendo un servicio público fundamental para la ciudad. Es un torpedo dirigido directamente a la línea de flotación de la autonomía. Es la estrategia del torniquete. La asfixia como política pública.
Sumemos después el doble discurso de Quimsacocha, la oferta de suspender la licencia minera que se diluye en una «comisión técnica de seguimiento», como una broma de mal gusto: la burocracia como respuesta a la manifestación más grande de la historia de Cuenca, una manifestación que (no crean que se nos olvidó) se intentó frenar con un estado de excepción, mientras se amenazaba con cargar sobre los hombros de Cuenca la eventual demanda internacional. En resumen, el autoritarismo y la extorsión como herramienta política.
Y no, nada de esto es casualidad. Cuenca, la orgullosa Cuenca de los abuelos, representa para el gobierno la eficiencia municipal, la defensa del agua y la autonomía de gestión. Cuenca les recuerda lo que significa hacer las cosas bien y sin pedir favores. Cuenca plantea un modelo de desarrollo endógeno, manufactura de alto valor y cuidado de la naturaleza que choca frontalmente con el modelo de extractivismo y venta del país al mejor postor del que nos intentan convencer. Cuenca representa el germen de una oposición articulada que en la marcha del agua demostró liderazgo y capacidad de convocatoria. Cuenca, la última ciudad segura del país, les recuerda su ineptitud. Cuenca, en el manual del gobierno, es “mala palabra”.
Y sí, Cuenca tiene un enemigo. Nuestro enemigo público número uno. Y todos sabemos quién es… (O)
@andresugaldev