
Cada mañana, antes de que el sol se levante del todo sobre los tejados de Cuenca, una voz familiar se deja escuchar en las esquinas en distintas calles de la ciudad, “¡El Mercurio, El Mercurio!”.
Es la voz de Rosa Carchipulla, una mujer de 81 años que desde hace cuatro décadas recorre las calles de la capital azuaya con un manojo de periódicos bajo el brazo. Con su sonrisa, su paso constante y su humildad, se ha convertido en un símbolo de trabajo y resistencia.
Desde su modesto hogar, rodeada de ejemplares de El Mercurio, doña Rosita recuerda los comienzos de su oficio. Empezó vendiendo pocos periódicos, casi por casualidad, hasta que encontró en este trabajo su forma de vida. El hospital Vicente Corral Moscoso fue uno de los primeros lugares que la acogió, y desde entonces, su presencia se volvió habitual entre médicos, enfermeras y pacientes. “Ahí siempre me recibieron con cariño”, comenta con orgullo.
Durante 40 años, Rosita ha sido testigo de la vida cuencana. Ha visto crecer barrios, cambiar gobiernos y la transformación de la ciudad. En todo ese tiempo, nunca dejó su oficio, ni siquiera durante la pandemia, cuando muchos tuvieron que quedarse en casa. Ella salió a vender con mascarilla, guantes y la misma determinación de siempre. “No podía quedarme, tenía que salir a cumplir con mi trabajo.”
Su rutina comienza antes del amanecer. Se levanta a las 05:30, prepara algo ligero, ayuda a su hijo (Nelson Carchipulla) —quien también se dedica a la venta de prensa— y sale rumbo al centro. Desde la avenida Huayna Cápac inicia su recorrido hasta la Juan Jaramillo y la Gran Colombia. Entrega en clínicas, bancos, oficinas y en cada esquina donde alguien le espera con el saludo de siempre.
Su jornada termina al mediodía, cuando regresa a casa con la satisfacción del deber cumplido.
Conoce de memoria los días en que la ciudad se estremeció con grandes noticias. Recuerda especialmente desastre de La Josefina, cuando las ventas se dispararon y los pedidos llegaban incluso desde instituciones militares. En aquellos años el valor real estaba en el contacto humano y la conversación con sus clientes.
Energía incansable
Detrás de su energía incansable también hay momentos difíciles. Hace algunos años, una enfermedad en los ojos la obligó a viajar a Guayaquil para una operación de alto riesgo. Sin recursos, pero con el apoyo de gente solidaria, logró recuperar la vista. “Diosito me puso ángeles en el camino”, dice al recordar aquella experiencia que reafirmó su fe y su amor por la vida.



Rosita es una figura entrañable. En el hospital le dicen “la abuelita de El Mercurio”, en las calles la conocen como “la hormiguita de cuerda” por su paso rápido y su constancia. Muchos la consideran un patrimonio viviente de la ciudad. “Todos me han querido, todos me han ayudado. Por eso sigo firme.”
Hoy, mientras Diario El Mercurio celebra sus 101 años de vida institucional, la historia de Rosita Carchipulla se convierte en un reflejo de ese mismo espíritu: el compromiso, la constancia y la fe en el trabajo.
Ella representa a las decenas de canillitas que, con esfuerzo silencioso, llevan cada mañana las noticias a los hogares cuencanos. A su edad, asegura que seguirá recorriendo las calles mientras las fuerzas le alcancen. “No me quejo. Este oficio me dio amigos, me dio vida y me enseñó que todo se consigue con humildad.” (I)