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Mauricio Torres: el guardián de la pintura clásica en tiempos digitales

Entre papeles hechos a mano, pigmentos naturales y paisajes que evocan memoria, el artista cuencano Mauricio Torres Pesántez continúa una tradición pictórica que resiste al ritmo vertiginoso de la tecnología.

En su casa–taller, entre pinceles gastados, papeles texturados y frascos con tintes naturales, el artista pinta en su cabellete con la serenidad de quien ha hecho del arte una forma de diálogo con la naturaleza y consigo mismo.

Su obra, centrada en el paisajismo clásico, busca lo que él llama “la poesía de la luz”, un intento por recrear la atmósfera emocional de los lugares que pinta —a veces reales, otras imaginados— y devolverles profundidad, melancolía y transparencia.

“Mi intención no es reproducir un paisaje, sino provocar un sentimiento”, dice el artista.

Algunos espectadores le han dicho que sus cuadros son “infinitamente tristes”. Él no lo niega. “La tristeza no significa fealdad. Es un sentimiento como todos. Busco provocar algo: soledad, distancia, reflexión. Si no provoco nada, el lienzo queda vacío”.

De la lectura a la pintura

Su historia con el arte comenzó en la infancia, bajo la influencia de su padre, Luis Antonio Torres Muñoz, doctor en Filosofía y Letras, fallecido hace 16 años.

Le inculcó el amor por la lectura. Le regaló libros ilustrados. También le enseñó a hacer cometas, globos, carros de madera, caleidoscopios.

«Todo eso, junto con los libros, despertó en mí una fascinación que entonces aún no comprendía: era la pintura”, recuerda.

Aquellos juegos y lecturas moldearon la imaginación del pequeño Mauricio. Aunque estudió Derecho, nunca se vio como un abogado. “A escondidas me matriculé en la Escuela de Artes. Mi padre lo supo, pero mi madre pensaba que seguía en Derecho”, cuenta entre risas.

Allí inició un camino que lo llevó por el dibujo a lápiz, la plumilla, el carboncillo y finalmente a la acuarela, técnica que considera una de las más exigentes.

Su maestra y mentora fue Eudoxia Estrella, con quien trabajó varios años en el Museo de Arte Moderno y en la Academia Estrella. De ella aprendió la disciplina y el rigor del oficio. “La acuarela es complicada. Hay que ensuciarse las manos y dañar 50 para que salgan dos buenas”.

Su trabajo actual explora el paisajismo clásico al óleo y en acuarela, con composiciones en las que se distingue el estudio de los tres planos: el primer plano, con elementos cercanos y detalles; el segundo, que conecta con colinas o árboles; y el fondo, donde el cielo y el horizonte crean sensación de distancia y profundidad.

Algunos paisajes los invento, otros nacen de lugares que he visitado, como los valles de Vilcabamba o playas que me han quedado grabadas. Pinto desde la memoria”, dice.

Artesano del color

En tiempos de inteligencia artificial y arte digital, Torres se mantiene fiel al oficio. Su postura puede parecer contracorriente, pero él la defiende. “Estamos rodeados por la tecnología, pero mi escuela fue ensuciarme las manos, oler la pintura y estudiar la figura humana”, admite.

Para él, depender de la tecnología sería una involución. Su arte se sostiene en la experiencia directa y en la riqueza de la tradición artesanal.

Hacer un retrato o un paisaje en computadora le parece un camino vano y facilista, pero expresa su respeto por las tendencias actuales.

Su búsqueda de autenticidad lo ha llevado incluso a fabricar sus propios pigmentos con retama, tocte, flores y vegetales. “Moler, mezclar, probar: es una alquimia del color. Quiero ser, humildemente, un artesano del color. Que me digan que todos los colores están en la computadora me parece absurdo”, comenta.

Proyecto

El artista prepara una exposición para finales de 2025 e inicios de 2026 en espacios alternativos, fuera de museos y galerías convencionales. No busca vender sus obras, porque le cuesta desprenderse de ellas, su intención es compartir una trayectoria que considera un proceso de vida.

“Mi casa es mi galería”, dice. En ella conserva alrededor de un centenar de cuadros entre óleos y acuarelas, la mayoría de formato pequeño.

Más que un gesto nostálgico, su postura es una defensa del trabajo manual y del vínculo entre el arte y la experiencia vital. “Pintar es mi manera de hacer poesía, de volver al origen. Porque el arte, al final, no es un producto: es un encuentro entre la mirada, el tiempo y la memoria”, concluye. (PNH)-(I)

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Patricia Naula Herembás

Patricia Naula Herembás

Licenciada en Comunicación Social con experiencia en medios tradicionales y digitales. Hace coberturas y en redacción de temáticas de emprendimiento, empresarial, sociedad e interculturalidad.