A las 11:45, cuando la puerta de madera del comedor comunitario de San Roque, en el sur de Cuenca, se abre, una fila silenciosa pero cargada de historias avanza con paciencia. Afuera, el sol golpea; adentro, el aroma del caldo de pollo recién servido anuncia que, por unas horas, nadie tendrá que preocuparse por el hambre.
En este tradicional barrio, los miércoles y viernes son días de alivio. Allí funciona el voluntariado Lulú Torres, un grupo de mujeres que decidió convertir la solidaridad en acción para alimentar a entre 150 y 160 personas por jornada. Llegan niños con uniforme arrugado, inmigrantes sin rumbo, adultos mayores de paso lento y personas en situación de calle.
Los inicios de un legado solidario

Ruth Ximena Aguilar (I), presidenta del voluntariado, es la primera en llegar y luego de tener todo listo ayuda a repartir los platos de comida. / Xavier Caivinagua A.
Al frente está Ruth Ximena Aguilar, presidenta del voluntariado. Entre ollas gigantes y verduras recién recibidas del Banco de Alimentos de la Curia, relata cómo empezó todo:
“Lulú Torres lleva más de 70 años siendo voluntaria en Cuenca. A sus 95, decidimos continuar su legado”.
Con entre 17 y 19 voluntarias, la mayoría jubiladas, transforman donaciones en platos calientes.
Un proceso casi orquestal
- 09:30 → Llegan frutas y vegetales
- Inicia el picado, la sopa, el segundo, la ensalada
- Mediodía → Con apenas 90 platos disponibles, sirven hasta cuatro turnos
Entre rondas, algunos comensales ayudan a lavar los platos, una tarea dura pero que fortalece la unión.
Incremento de la demanda: de 47 a 160 personas

Niños, adultos y adultos mayores hacen fila para acceder a un sustancioso almuerzo que ahora, gracias a las donaciones, es más variado. / Xavier Caivinagua A.
La demanda ha crecido aceleradamente:
- 2022: 47 personas atendidas
- 2025: 160 personas por jornada
“Los migrantes son nómadas. Se van, vuelven, sobreviven como pueden”, explica Ruth mientras revisa la lista de nombres, edades y nacionalidades: ecuatorianos, venezolanos, colombianos, peruanos.
El comedor también abre puertas a nuevas oportunidades: entrega de lentes, atención dental, y apoyo para que los beneficiarios recuperen su independencia.
Uno de ellos es Wilson, quien comió allí casi tres años y regresó con su título de albañil en mano:
“Eso me marcó. Saber que este plato también impulsa sueños”, confiesa Ruth.
Historias que dan rostro a la necesidad

La alegría y la satisfacción de servir al prójimo se refleja en los rostros de las voluntarias cada
miércoles y viernes. / Xavier Caivinagua A.
Luis Daniel Reyes, carpintero de Los Ríos
Vive en situación de calle desde hace tres años.
“Recibir la comida significa bastante para mí… que Dios bendiga a quienes nos ayudan”.
Tania Acosta, madre de tres
Llegó desde Guayaquil en busca de un respiro. Limpia mesas con su pequeña Daira en brazos.
“A veces no tenía para el almuerzo. Ellas son de buen corazón”.
María Luisa Cabrera, voluntaria
La pandemia la obligó a cerrar su cafetería, pero el voluntariado le devolvió la calma.
“Aquí me desestreso. Soy feliz viendo felices a los demás”.
Jean Carlos Ramos y su hijo Josué, migrantes venezolanos
Él vende fundas; su hijo estudia segundo de básica.
“A veces no tenemos qué comer. Esto es una bendición”, dice mostrando su nueva dentadura entregada gracias a las gestiones del voluntariado.
Sueños que siguen creciendo
Ruth observa la cocina vacía, pero sus sueños siguen intactos:
- Abrir cinco días por semana
- Crear un albergue con estudio, salud y oportunidades
“Servir es la satisfacción más grande que Dios me puede dar”, repite.
Afuera, la puerta se cierra. Hasta el siguiente miércoles a las 11:45, cuando un barrio entero vuelva a recordar que la solidaridad también se cocina a fuego lento. (I)
DATOS DE INTERÉS
- Además del comedor, en San Roque se dispone de un ropero comunitario. Las personas o empresas que deseen hacer donaciones pueden comunicarse al 0968072781.
- El menú del comedor se arma con donaciones de proteínas, vegetales y frutas. Hoy pueden planificar con anticipación, pero hasta hace poco dependían totalmente de lo que llegaba cada mañana.












