Proponer una consulta al pueblo es, en buena medida, someter a evaluación una agenda política. Y este 16 de noviembre, el veredicto fue contundente: más del 60% le dijo NO al Gobierno. Ese resultado debería ser leído como un llamado urgente a rectificar. El cambio que la ciudadanía anhela debe empezar por quienes hoy gobiernan.
En primer lugar, Daniel Noboa necesita una hoja de ruta que atienda las necesidades inmediatas, no promesas a mediano o largo plazo. La consulta planteaba transformaciones cuyo impacto se vería con el tiempo. Sin embargo, la ciudadanía dejó claro que no está dispuesta a esperar para que lleguen las medicinas, para obtener citas médicas o para sentir, aunque sea mínimamente, la reducción de la criminalidad. Estas urgencias exigen acciones tangibles y verificables, que devuelvan la sensación de que la palabra presidencial tiene peso y se cumple.
Recuperar esa voz implica recomponer la relación con los medios de comunicación y sus periodistas. A través de ellos se restablece el puente con la sociedad y las instituciones, espacios con los que el Gobierno hoy necesita cercanía, no confrontación. Y esa cercanía empieza por un cambio de actitud: nadie es “terrorista” por discrepar, ni un crítico del Gobierno es necesariamente un “narco”. La campaña del NO lo demostró: optó por la alegría, por el diálogo y por un tono festivo y respetuoso. Y la ciudadanía respondió con apoyo. No hubo insultos ni descalificaciones; hubo conversación. Ese es el clima que un país agotado quiere recuperar.
Noboa necesita construir gobernabilidad. Sin alianzas no habrá estabilidad, y los gestos simbólicos —como la salida de ciertos ministros— deberían apuntar hacia allí. Lamentablemente, no es lo que se percibe. Sobre todo si la renovación de filas no es otra cosa que un mero “enroque” entre las carteras disponibles favoreciendo lealtad antes que experiencia.
La remoción de Carolina Jaramillo como vocera de gobierno, y el ingreso del comunicador Álvaro Rosero como Ministro de Gobierno encienden alertas: parece que la comunicación insiste en imponerse sobre la política. El riesgo es claro: confundir comunicar con gobernar. Y hoy, cuando el país espera decisiones, liderazgo y resultados, sacrificar la política en favor de la narrativa puede ser un error costoso.
@avilanieto










