La discrecionalidad de alcaldes y prefectos para gastarse el presupuesto de municipios y gobiernos provinciales raya, a veces, en lo absurdo, cuando no en el abuso.
Una festiva y rocambolesca gestión, desde hacía varios años, es parte de las políticas implementadas por dichas autoridades a pretexto de dinamizar la economía, promover el turismo, o, simplemente, de aparentar “sintonía con la gente”.
Conciertos, comilonas, festivales, quermeses bailables, “programas chichas”, pre pregones, pregones, son parte de la agenda de diversiones, en especial durante las conmemoraciones cívicas y hasta para inaugurar la obra pública.
En ciertos casos, entre ciudades cercanas, los alcaldes compiten por contratar a los mejores artistas internacionales. Y, baya ridiculez, la ciudadanía los califica y hasta “debate” sobre cuál ha traído a las estrellas de mayor renombre.
“Pan y circo” para obnubilar a la gente, en tanto sus apremiantes necesidades no son atendidas; si lo son, son a medias.
Con acciones como esas, las fiestas cívicas dejan de ser tales, se las reduce a una sesión solemne, a desfiles intranscendentes, con poca asistencia y, a lo mejor, con total ignorancia sobre lo que se conmemora.
Todo eso a pretexto de ser autónomos. Una autonomía mal entendida. Menos gastos corrientes, entre ellos los dirigidos a la diversión; más inversiones en obras, como quien se contribuye a generar trabajo.
El ´escándalo` ocurrido en Quito es lo más palpable de ese gasto superfluo. Cerca de $193.000 se destinaban para comprar 4.800 platos de hornado y satisfacer el paladar de servidores municipales.
El alcalde, ante la crítica, dispuso la suspensión de esa “pampa mesa”.
Casos como estos abundan en municipios y GAD provinciales. Estos últimos, ni siquiera generan recursos propios.
No se puede festinar los fondos públicos, escasos, por cierto, en algarabía, bailes, borracheras masivas; es más, con contratos muchas veces mañosos.








