La historia es bien conocida. Una historia que empieza con una campaña electoral llena de arbitrariedades auspiciadas por un tribunal electoral absolutamente corrompido por el poder y termina con unas elecciones cuyos resultados fueron, más que apretados, sospechosos, lo que no sería un impedimento para que el candidato festeje su victoria como un triunfo de la democracia. Al otro lado del abismo quedaría una oposición fragmentada, desgastada y carente de ideas que terminaría por resignarse ante lo inevitable. ¿Le suena la historia, querido lector?
Pero sigamos, lo cierto es que, una vez en el poder, el nuevo caudillo comenzaría a gobernar a través de decretos, estados de emergencia y un atropellado tropel de reformas pensadas para desarticular la institucionalidad del Estado, desbaratar los organismos de fiscalización y, en resumen, asumir el mando absoluto. Como no podría ser de otra manera, en el camino al trono no tuvo ningún empacho en apoderarse de la justicia (jueces y fiscales, destituidos unos pocos, comprados los más) mientras la economía entraba en cuidados intensivos y más de cincuenta mil personas perdían su trabajo. ¿Ubica ya la historia? ¿Nada?
Ahora bien, si queremos ser fieles con la historia, el triunfo de este caudillo no fue una casualidad. El país venía herido, oscilando entre un régimen de partido único y un simulacro de democracia con una seguidilla de gobiernos desastrosos que habían puesto el país al borde del abismo. Por eso, cuando llegó, lo vieron como una alternativa: joven, moderado y demócrata. Quién hubiera imaginado que, al final del día, la ambición enterraría los principios y la arrogancia desterraría a la sabiduría. Y hoy, tantos años después, un pueblo entero sufre los efectos de un régimen autoritario y un populismo desenfrenado que sigue usando la democracia para enterrar la democracia mientras se hunde, cada día, en un nuevo escándalo de corrupción. ¿Ya sabe de quién estoy hablando? ¿Puede ya suponer dónde ocurrió esta historia? ¿En serio?
Pues lamento decepcionarlo. Esta tragedia le ocurrió y le sigue ocurriendo al milenario pueblo de Turquía. Y nos referimos, desde luego, al siniestro Erdogán. ¿Qué? ¿Usted pensó que hablaba de alguien más? ¿En verdad? ¿De quién…? (O)






