Considerada en los mejores tiempos, tiempos que no volverán, como la “diosa del Olimpo”, a la que nadie debía tocarla, de palabra o mediante insinuaciones o imaginaciones lascivas se sobreentiende, Marcela ha resuelto abandonar el redil, aquel redil que ayudó a levantar en épocas doradas cuando el barril del petróleo manaba abundante, era vendido a precios inimaginables; y todo dinero ahorrado, así sea para enfrentar posibles catástrofes, había que gastarlo para alimentar la burbuja y descubrir la felicidad.
Regia la Marcela. Hay que reconocerlo. Parece que se cansó de tanta toxicidad. No cualquier fémina política lo hace. Ha demostrado tener lo que muchos “féminos políticos” de ese redil, y de otros también, solo aparentan tenerlos.
Viva, además. No ponga carita de “pitimucha” al negar que, a propósito, hizo que le visitara mama Lourdes a orillas del manso Guayas; y de paso, las dos ir a visitar al Aquiles, no pues el héroe griego, sino el del Tiple A.
Como en los viejos tiempos románticos, en una fiesta la enamorada, para despertar los celos de su prometido pedía a otro que le sacase a bailar un bolero bien pegaditos, mejilla con mejilla, despertando la cólera del ofendido. Así parece que actuó doña Marcela.
Entonces montó en cólera el dueño del redil, aquel que todo lo puede tolerar, aunque no tanto, menos la traición, peor que sus fieles y fanáticos se reúnan con quienes cree que son sus rivales, peor si son del páramo, que son parte de eso que alguna vez les dijo: “qué se han creído”.
Tensión, miedo, terror. Arde el redil. Entonces, a Marcela no le quedó más que abandonarlo, arrastrando consigo el mote de ser parte de los “Tibios” como el “Tibio” “Chusha ” Pavel, como el “Tibio”, “Jota” Lloret.
Casi llora doña Marcela al despedirse. ¿La notaron? Ah, y agradeciendo además al rey del redil, aquel que sin él no existe el redil; aquel que, si no fuera por él, los que lograron alguna representación, no son nadie, ni lo serán; que si quieren seguir siéndolo, deben obedecerle, no hacerle tener rabia, ni siquiera enviándole cartas al estilo Corín Tellado.
Ningún ovejuno irá por la “oveja descarriada”, ni siquiera por ser Navidad. Excomulgada, por ventaja no trasquilada, Marcelita, sola, muy sola, va por el paraíso guayaco buscando dónde arrimarse para intentar una segunda lotería política.
Para adivinar ese futuro ni siquiera vive la Guga Ayala; tampoco para conocer la suerte que correrán los demás “Tibios”, aunque se intuye que el dueño del redil les dirá: “Que les vaya bonito”, mientras se anuncia que bendeciría a un titiritero para que sea su titiritero en vez de “Rana René”. (O)





