Se encendieron ya las primeras tres velas, y hoy, queda una más de esta preparación para “la venida” de otra bella luz. Al quemarlas una a una, ha ido pensando y anhelando lo que aquellas simbolizan: esperanza, paz, alegría, y amor. Este tiempo de espera concluye, pero habrá una vela blanca al centro de ellas a ser encendida este miércoles de Noche Buena. Será la última, y a la vez la primera. Es la luz misma, aquella que reúne y resume toda la preparación y reflexión de este tiempo para cumplir justamente con su finalidad, iluminarnos. De ahí que recordamos año tras año un nacimiento, y con Él, renacemos todos, pues de eso se trata, de renovarnos desde adentro, desde nuestro espíritu, con propósito y en intención.
La luz está en tantos acontecimientos como significados: guía el camino, ayuda a reconocer entre los andenes opuestos del bien y del mal para elegir el correcto. El cirio prendido en un bautismo, nos otorga un nombre como hijos de la luz y nos hace luz del mundo. Así, compartimos una responsabilidad, que va más allá del compromiso, pues nos convierte en acción misma, en ejemplo, en obra, esa que alumbra a la familia, teniendo siempre nuestras lámparas encendidas.
“Nadie enciende una lámpara y la pone en un sitio oculto o debajo del celemín, sino en el candelero, para que los que entren vean el resplandor. Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará iluminado; pero cuando está malo, también tu cuerpo estará a oscuras. Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad. Pues si tu cuerpo está enteramente iluminado, sin parte alguna oscura, estará tan enteramente iluminado como cuando la lámpara te ilumina con su resplandor (Lc. 11, 33-36). ¿Qué más hace la luz? Brilla, resplandece y abriga. Si bien concede un alivio personal, también se comparte con los demás. Es luz que viaja al alma, es Palabra que ilumina, la luz es verdad.
Con un profundo cariño, le deseo una Feliz Navidad, sí, llena de luz, bajo la esperanza de que vengan días radiantes, en una paz reluciente entre sus seres queridos, con la alegría brillante de ese renacer, y el amor fulgente que brota de su corazón. Que en la Noche Buena encienda la última vela, esa que resetea los ánimos y los pensamientos, y se convierte nuevamente, en su primera luz. (O)









