¿A quién o a quiénes asesinarán hoy? No importa si para hacerlo es de día o es de noche; si fingiendo ser policías o militares; si usando pasamontañas o mostrando sus rostros; si en motocicletas o en vehículos; si por quitar la vida a una persona acaban con las de sus acompañantes; si es por venganza o por mal reparto o traición; si es por lucha de territorios, de narco rutas o del narco puertos; si es contra un juez o contra un fiscal.

No, eso ya casi no importa en el Ecuador, que cerrará el 2025 con un registro de asesinatos espeluznante, que lo ponen como el sexto país más violento del mundo, ni se diga de la región.

El asesinato del futbolista Mario Pineida, perpetrado en la tarde del jueves anterior, es uno más de la estadística del infortunio que abate a la otrora “isla de paz”.

Los asesinatos de personajes con trayectoria suelen acaparar más la atención ciudadana, tanto por su natural curiosidad, como por el morbo.

Sobre los de los demás, incluyendo aquellos que se matan entre ellos, es decir, entre contrincantes de las tantas bandas criminales, o las “muertes colaterales”, se han vuelto habituales, sucesos de la cotidianidad, son parte de las “costumbres de los ecuatorianos”.

A semejantes extremos se va llegando de manera acelerada. Ya no impacta la información oficial sobre el número de detenidos, de armas incautadas, de droga decomisada, del “duro golpe” dado a las economías criminales, uno de cuyos pilares es la minería ilegal.

El ciudadano “de a pie” entiende, da por descontado, que tales acciones, plausibles, por cierto, no son casi nada frente a la magnitud de la inseguridad, alimentada por el narcotráfico, la minería ilegal, los secuestros, las “vacunas”, la casi aniquilación de la actividad pesquera artesanal a lo largo de nuestras costas, más la delincuencia que azota a barrios, la ruralidad y a cualquier sitio público.

¿Qué destino le espera al Ecuador en 2026?