El tablero político cambió con la victoria de José Kast, “el mesías de la derecha chilena” (58%) frente a Jeannette Jara. Este triunfo se cimentó en una demanda por seguridad, control migratorio y reactivación económica, factores que el oficialismo no logró capitalizar. El electorado priorizó el miedo ante una criminalidad más violenta e importada, desplazando otras preocupaciones. El voto castigo fue evidente: el bajo crecimiento y el agotamiento ante la inmigración irregular inclinaron la balanza. Kast logró unificar a sectores conservadores y moderados, presentándose como la antítesis de la continuidad.
En lo económico, el nuevo gobierno enfrenta el reto de reducir el desempleo, (estancado en el 8,4%), y atraer inversión extranjera. La promesa de rebajas tributarias busca dinamizar un mercado laboral afectado por la informalidad, aunque la efectividad de estas medidas dependerá de la estabilidad social. Este giro confirma el comportamiento de péndulo de la política chilena, que alterna entre izquierda y derecha buscando respuestas a problemas estructurales.
En lo externo, Chile endurecerá su discurso diplomático para denunciar la crisis venezolana, alejándose de la ambigüedad previa. Finalmente, se proyectan mayores controles en la frontera norte y expulsiones más ágiles. El desafío será aplicar este rigor sin asfixiar una economía que requiere mano de obra extranjera. Chile inicia un ciclo donde Kast, con su estilo sereno y centrado, buscará trascender las etiquetas ideológicas para unir al país bajo la promesa de seguridad, todo bajo la lupa de un Congreso donde la derecha es fuerte pero no tiene el control absoluto. Se abre así un ciclo donde la gestión de las expectativas será la verdadera prueba de fuego. (O)





