En uno de los días del mes de marzo de 1797, hallándose de Gobernador de Cuenca el enérgico y adusto Teniente Coronel D. José Antonio Vallejo, aparecieron en esta ciudad pasquines, que literalmente decían “A morir o vivir sin Rey prevengámonos, valeroso vecindario. Libertad queremos, y no tantos pechos y opresiones de Valle”, nos recuerda Alfonso María Borrero a inicios del Siglo 20 cuando Cuenca se aprestaba a conmemorar el primer Centenario de la Independencia.
De nuestro lado comentamos la existencia de otro pasquín. “Al Pueblo de Cuenca. Un Joven oficial que ha sacrificado la flor de sus años en las aras de la Patria, ve hoy ajada su persona y los fueros de que le ha revestido su carácter Aherrojado y envilecido en una Cárcel, mención triste de infames criminales, y por último entre las garras de uno de los carnívoros sucesores del negro Torquemada ¿Y por qué? ¡Ah ¡tan solo por el dicho de una Beata Sucia, impelida de un asqueroso Fraile para denunciarle de Blasfemo, y esta es la recompensa con que retribuye la Patria a sus defensores? ¿Hasta cuándo la superstición, la ignorancia y el fanatismo afligirán la especie humana en estos desgraciados climas? Virtuosos Masones coronad vuestra digna obra: descorred al fin el velo Misterioso del fanatismo religioso – La humanidad que se resiente clama ya contra los tiranos de la opinión…”.
Estos anónimos patrióticos, son el germen de un proceso revolucionario cuyo bicentenario nos aprestamos a conmemorar. Y es que, para perpetuar la memoria del acto libertario, el Concejo Provincial del Azuay mediante acuerdo expedido el 19 de marzo de 1867, resolvió que se celebrará todos los años el aniversario del Tres de Noviembre de 1820. (O)
Este acuerdo fue olvidado y no se lo puso en práctica por muchos años, aunque el Municipio de Cuenca cada 3 de noviembre realiza una sesión solemne. Y si hablamos de nuestra historia, ahora es oportuno refrescar la memoria.