El silencio y el olvido tienen cada uno fragmentos de evocación que asilan en lo más hondo del ser donde se decantan formando un sedimento de soledad en este pequeño puerto que llamamos vida, es decir, la naturaleza humana como esencia del tiempo, rescoldo de pasiones, ceniza ardiente de fuego voraz que consume la existencia entre luces y sombras, en un avatar cósmico donde juegan la vida y la muerte.
El silencio, no es ausencia ni vacío; es observación y construcción interior; es una meditación creadora, un monólogo reflexivo; en ocasiones, el hecho de callar puede ser más elocuente que un discurso porque muestra toda la dimensión de lo que se prefiere no decir. El silencio es, además, un gran compañero, amigo exigente, leal y franco.
El olvido es un recurso prudente de la memoria para archivar conocimientos, emociones e impresiones es como dejar algo con descuido, ligereza y a veces tirado al tacho, con ignorancia y desdén; pero las huellas y las cicatrices están en el repertorio.
La soledad permite examinar el valor del silencio y prescribir el olvido. (O)