LOS RECUERDOS (1)

Algunos amigos me han dicho que les entretienen mis artículos de evocación de tiempos pasados, y por eso hoy empiezo una breve serie sobre temas de otra época, algunos de cuyos protagonistas y circunstancias están todavía vigentes en la vida o en la memoria de muchos.

Pronto serán 50 años de nuestro primer viaje a Francia. Estábamos recién casados, y si bien mi esposa no había ido sola ni a alguno de los pueblos cercanos a Cuenca, impulsada por el amor, voló sola al Viejo Continente en donde yo la esperaba (concretamente en Francia), y no solo eso, si no que hizo una larga escala en Madrid, siendo atendida y acompañada por un grupo de amigas españolas a las que conoció y trató en la primera época de la Escuela de la Asunción.

Mi suegro, que era hombre bueno, pero de costumbres conservadoras, estaba consternado por esta aventura, que le parecía peor que novela de Verne.

No eran tiempos muy fáciles para la comunicación, pero las cartas, curiosamente, llegaban más veloces que ahora, por los correos internacionales. El contacto epistolar era bastante frecuente con la familia y algunos amigos.

El teléfono se usaba solo para circunstancias especiales, toreando la poca información de las operadoras -semejantes a los empleados de correos-, que siempre preguntaban lo mismo: “¿Ecuador? ¿Y dónde es eso?”, cuando no decían como a un ilustre cuencano que estuvo un poco antes que nosotros en Francia: “No se puede enviar correspondencia a una línea, y el Ecuador es una línea”. Comentario frecuente era también: “eso es en África, ¿no?”

Pero más allá de estas pequeñeces anecdóticas, siempre he afirmado que la experiencia de la cultura europea, que significó para los dos ese año lectivo 1970-71, fue extraordinaria.

Ahora mismo, en vísperas de nuestras bodas de oro matrimoniales, reconozco que mi esposa fue una viajera audaz e inexperta, pero conocía teóricamente mucho del arte europeo, formación que la recibió en la Universidad de Cuenca.  Los nombres célebres de artistas y obras en distintos campos, le eran familiares, pero no dejaba de extasiarse ante los impresionistas, el arte romántico, el barroco, el renacimiento, lo medieval y la antigüedad. Iglesias y museos fueron desde entonces nuestros sitios favoritos de peregrinación.

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