Con certeza en nuestras vidas no existe una cualidad más importante que gozar de salud, y frente a una sola tenemos innúmeras enfermedades que laceran el milagro biológico y la seleccionan despiadadamente. Así es el proceso evolutivo que históricamente ha legado el trofeo a la presencia de los más fuertes, mejor preparados para enfrentarse a los avatares que encontramos en esta diaria pugna vital. Sí pensamos en una común influenza, sabemos que adquirimos anticuerpos y ello significa fortaleza temporal para el organismo en esta silenciosa batalla, con incómodos síntomas como hipertermia y malestar generalizado. Al respecto algún científico citaba que los americanos no deberíamos consumir vitamina C de farmacia, ella es abundante en la más común e identificante fruta del continente como es la guayaba, golosina para elaborar múltiples recetas de gusto exquisito además del escandaloso aroma que satura la atmosfera doméstica al ser cocida.
La sabia y dura naturaleza tendió la drástica prueba de la selección natural, pero dos personajes rompieron las grandes epidemias y pandemias y contribuyeron a la gran explosión demográfica que ha sido determinante en la saturación de nuestro planeta, me refiero al francés Louis Pasteur con su vacuna y al escocés Alexander Fleming considerado el “padre de la penicilina”. ¿Cuántos de los hoy presentes en la Tierra, debemos nuestra vida a éstos científicos?
Hoy la plaga tiene otros rostros, conversamos con los médicos el porqué de lo común que es el gigante número de pacientes oncológicos y en todos los estratos de la sociedad, cronologías, etnias, casi como una gripe. Existen tantos factores y uno muy importante es el cambio drástico de hábitos alimentarios, hoy comemos chatarra sintética, acaso gestor de esta convulsa crisis sanitaria. (O)