“Levantaos camaradas y llenad vuestras copas, pues ya se agita el dulce vino de la existencia” Omar Khayyam, poeta persa.
Las puertas de la vida se abren de par en par, una llama incipiente, un destello del ser, se está, se existe, el alborozo de la infancia, los ojos vigilantes de la madre, y sin esa inmensa ternura que se adentra iluminando los instantes de oscuridad.
Y corre la vida como un río que no se detiene, fuego que se enciende, jardines florecidos, de alumbramientos, el quedarse en un germen, en una nueva savia que vence las raíces de la muerte.
“Yo soy la lengua que está atada en tu boca y se mueve en la mía” – Hojas de yerba. Walt Whitman.
Y se dice tuvo un tiempo que aporta pero se fue, no somos más que testigos en la inmensidad el cosmos, hojas secas que giran en espiral, navíos prestos a izar las velas.
“Asadas son las horas que cavan cada momento mi sepultura”, Sonetos de Francisco Quevedo y Villegas.
Y cuando entran los ríos en su cauce y doblan las campanas, late mi corazón en la noche cual un molino sin trigo ni espigas, harina de soledad, polvo de olvido, amasijo de pan ácimo para la boca abierta de la muerte que se alza entre un horizonte de moscas azules. (O)