Todos abogan ahora por el diálogo a fin de alcanzar consensos. En lo privado, al interior de la familia, dentro de la comunidad cercana, aunando esfuerzos pecuniarios, de comprensión contra el estrés propio del encierro obligado quién sabe hasta cuándo. Situación más llevadera entre quienes poseen empleo fijo y remunerado, o acumulan solvencia financiera; dramático en cambio para los informales así como trabajadores esporádicos, que suman el 42% de la fuerza electoral ecuatoriana. Ellos viven del producto cotidiano, siendo injusto estigmatizarlos cuando desacatan la disposición de “quedarse en casa”, o respetar las restricciones de circulación. Porque prefieren solventar el hambre y necesidad de los suyos, al peligro de contagiarse con el virus o transmitirlo a los demás.
Y los acuerdos resultan más difíciles casi imposibles a nivel político nacional, debido al clima confrontativo creado por el gobierno y sus aliados, especialmente contra el correísmo, desde donde provienen las mayores críticas. Es que no consiguieron desaparecerlo pese a la implacable persecución, so pretexto de reinstitucionalizar el Estado. Además sin importar la crisis sanitaria y económica, soterradamente los partidos y empresas electorales miran hacia los próximos comicios generales de febrero entrante.
Desde su ascenso al poder Lenin Moreno se autocalifica mandatario “de todos”, convicción reafirmada por la consulta del año 2018 donde obtuvo el 67% de aceptación popular. Esto le convenció seguramente sobre la posibilidad de imponer cualquier cambio o ajuste, disfrazados con el ropaje del diálogo como política de Estado. Fue un espejismo. Más bien comenzó a caer hasta el 19% después de la revuelta de octubre y antes de la pandemia, que agudizará los conflictos sociales, políticos y económicos ya existentes. (O)