La experiencia de pasar por una pandemia ha resultado un acto extremadamente drástico, nos sorprendió en algún sentido desprevenidos, ocupados, actuando en mil y un funciones y ciertamente quienes tienen algún grado de conciencia ambiental, han manifestado siempre la preocupación que embarga el deterioro antrópico, ese deseo insaciable de destruir la natura. El olvidarse del prójimo y saturar mi ego con todo lo que pueda y no pueda, deba o no, convenga o no, ocasione efectos de preocupación a la sociedad o ésta vive ausente de la realidad, una veces con mascara sobre el rostro, otras con tapones en los oídos, otras con quemeimportismo en la conciencia y otras sin tiempo para esos asuntos.
El tiempo llegó y ha ocasionado en muchos un examen de conciencia sobre nuestra conducta colectiva que es el fruto de la individual, somos imitadores, tenemos ídolos y referentes, actuamos bajo patrones conductuales que nos asignan al nacer, en el sistema educativo, la sociedad forma consumistas para una economía ecocida y lacerante planetaria.
Hoy que nuestro Ecuador vive una de las situaciones más duras en la historia republicana, es imperativo e impostergable proceder con una reducción responsable del tamaño del estado, no podemos seguir manteniendo a instituciones de pesada burocracia que fueron creadas en el periodo de malversación de recursos, cuando se sentían millonarios con dineros del pueblo y salvadores de una supuesta refundada Patria. Las huellas están vivas y son el coletazo de aquella nefasta experiencia, que obliga con emergencia a modificar. No es posible que personas jubiladas, por vínculos de sangre o amistad ocupen cargos públicos y de alta remuneración, cuando existe tanto desempleo en jóvenes que son los propietarios y responsables del manejo de la cosa pública.