Abrazar al vecino de grada, pedir otra ronda, reunir en casa a veinte amigos, agolparse en las plazas, bañarse en las fuentes… Así se celebran desde hace décadas las victorias deportivas en cualquier esquina del planeta.
Pero, ¿y ahora? Todas los festejos relacionados con el deporte tendrán que ser revisados en los próximos meses, despojados de cualquier espontaneidad, cuando se reanude la competición bajo las medidas de distanciamiento social dictadas para evitar la propagación del coronavirus.
Estadios, bares, casas y calles. Ninguno de los escenarios habituales en los que se da rienda suelta a la alegría deportiva será el mismo tras el paso de la pandemia. Aforos limitados, mamparas de separación, autoaislamiento, horarios restringidos… «Es como si nos hubieran extirpado una parte de la fiesta».
Así lo resume Juan Antonio Castrillo, sociólogo y orientador profesional, miembro del grupo ‘El último vestuario’ creado para ayudar de forma desinteresada a los deportistas que afrontan el final de su carrera. «El ritual de la fiesta del deporte supone una liberación enorme para el individuo y pasa por que estemos todos juntos, nos abracemos y nos toquemos.
Es una expresión de pertenencia a una comunidad. ¿Cómo se va a manejar ahora esto? El contexto es complicado», admitió Castrillo al reflexionar sobre las posibles nuevas formas de celebrar. Partidos a puerta cerrada, primero, y competiciones abiertas al público, después, pero con las gradas limitadas a un 30 % o un 50 % del aforo, serán condiciones indispensables para volver a abrir los estadios.
«Público limitado a 1 persona por cada 20 m2», se prevé en España en la Fase 3 de la desescalada. Casi será posible identificar a cada una de las voces que griten ‘gooooooooooool’, o que reclamen que la bola entró, o que festejen una canasta sobre la bocina.
Los tifos, los saltos codo con codo, los vasos que pasan de mano en mano y los besos para la cámara serán una rareza del pasado. Pero, de un modo u otro, la celebración seguirá presente porque «el deporte es un ritual, una liturgia laica, con una potencia enorme», recordó Castrillo. «Ese ritual es una auténtica fiesta, un encuentro comunitario muy intenso. Nos da un significado existencial, un sentimiento de pertenencia. Es un chute de emociones enorme.
Los rituales nos ponen en orden, nos adjudican roles y jerarquías, como saben muy bien las religiones. Y los necesitamos porque rompen con lo rigidez de lo cotidiano», apuntó Castrillo. «Ya nos ha extirpado muchas cosas, el confinamiento es una auténtica castración a muchos niveles», añadió. «Estamos gestionando un duelo personal y colectivo y el deporte puede ser una vía de escape. Si el fútbol es lo primero que se quiere poner en marcha no es solo por el PIB, por lo que mueve económicamente, sino por lo emocional y lo comunitario.
La válvula de escape que necesitamos nos la va a dar el deporte. Si ya lo hacía antes, imagínate ahora. Es una medicina emocional». Como la desescalada, las celebraciones se irán adaptando a la situación y retomándose de forma progresiva. A veces, incluso, se ganará en comodidad. Ya no será necesario pelear por un hueco en un bar abarrotado, en el que decenas de personas tienen un ojo fijo en el televisor y el otro en el tirador de cerveza.
La distancia social ha llegado también a las barras, quizás para quedarse. «Todos tenemos una carga de miedo individual. Habrá una autocensura, no vamos a querer ir a los campos como antes, a los bares como antes, pero la pulsión social y la potencia emocional ligada al deporte es muy potente y, al final, la incorporación a las celebraciones irá por etapas.
Si lo primero que se abren son las terrazas, la gente querrá estar en ellas delante de una pantalla. No vamos a poder reprimirnos de ir a espacios comunitarios para celebrar la fiesta del deporte», opinó Castrillo. El sociólogo aventura que «la pulsión de la liberación que da el deporte va a ser mayor que el miedo». «El miedo a corto plazo nos va a reprimir, pero luego la gente necesitará esa fiesta«, afirmó. Lo que de momento parecen descartadas son las grandes concentraciones en las calles para celebrar títulos y victorias, incluso para esperar a los equipos a su llegada al estadio o para buscar la foto y el autógrafo de un deportista a la puerta de su hotel.
«Ahora es inviable», admitió Castrillo. «Vamos a empezar desde la soledad, cada uno desde su casa», dijo. Las reuniones en las peñas, los viajes colectivos a una final, los desplazamientos multitudinarios en metro camino del campo son otros comportamientos que deberán someterse a revisión cuando vuelva la competición.
En este sentido, los aficionados que tienen por costumbre encerrarse en una habitación a solas para ver el partido sin que nadie les perturbe tendrán ahora una ventaja sobre el resto: apenas percibirán el cambio. Hay casos muy conocidos, como el de Miguel Ángel Gil, consejero delegado del Atlético de Madrid, de personas que ni siquiera pueden ver los partidos importantes de su equipo.
Practican al autoaislamiento desde hace años, encerrados en su coche o perdidos en el campo para no enterarse hasta el final del resultado. «Pero incluso solo, el aficionado sabe que está conectado a una comunidad. La de seguidores de su equipo, de su deportista. Esto lo necesitamos también. Ver los partidos solos en casa comenzará a cubrir una necesidad. Ahora mismo el miedo pesa mucho, pero todo será progresivo», apuntó Castrillo.
La mayoría de los aficionados, con todo, «necesita esa experiencia emocional y existencial» de la celebración colectiva. «Esa hermandad de sentirte unido a un desconocido, solo porque es de tu equipo, es superpotente. Es insustituible». Lo sabe también, subrayó el sociólogo, cualquiera que haga deporte, sea a nivel profesional o aficionado. «El subidón emocional de jugar con tus amigos crea unos lazos tan fuertes que los guardas para toda la vida.
Es casi un mundo ideal. No tenemos muchas más cosas en nuestra vida que nos proporcione ese éxtasis. Por eso el deporte mueve la emoción que mueve y por eso, para los deportistas que se retiran, es tan complicado encontrar algo, no que sustituya, porque es imposible, pero al menos que compense y equilibre lo que tenían antes», afirmó.
Juan Antonio Castrillo comparte su trabajo desinteresado de ayuda a los deportistas en ‘El Otro Vestuario’ con grandes campeones como Juan Manuel López Iturriaga, Almudena Cid, Javier Valenzuela o Julio García Mena y con la exgimnasta y psicóloga María Fernández Ostolaza.
Todos ellos celebraron muchas victorias compartiendo con compañeros, incluso con rivales, gestos tan sencillos como abrazarse o darse la mano. Ni siquiera eso se verá en las canchas a corto plazo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Comité Olímpico Internacional (COI) así lo acaban de estipular en una guía para las próximas competiciones: «Durante la prueba, eviten estrecharse la mano o abrazarse». Gritar, aplaudir, reír y llorar están todavía permitidos. EFE