EDITORIAL|
Los impuestos son un “mal necesario”. Muy difícil encontrar personas que lo paguen con satisfacción, pero sin ellos, el sector público que administra los recursos fiscales para proyectarlos al bien común carecería de medios para prestación de servicios, muchos de los cuales, individualmente, no sería posible lograrlos. En algunos casos en los que hay crisis negativas que afectan a amplios sectores de la población, su creación apela a la solidaridad ciudadana para apoyar a los que directamente han sido afectados. Hace pocos años, con motivo del terremoto que afectó Manabí, el anterior gobierno, subió dos puntos en el IVA por un tiempo para esta finalidad sin que se den protestas.
No nos referimos en este caso a la pandemia que afecta al mundo, sino al que se ha se ha establecido a las fundas de plástico para acarreo. Este material dio un cambio profundo en el ordenamiento de la vida común debido a que su bajo costo posibilitó el acceso a una serie de artefactos. Su uso se generalizó y por un tiempo se alabó este progreso de la industria. Hace poco tiempo se dio a conocer los enormes daños que causaba al planeta por no ser, en la mayoría de los casos, biodegradable. De su agresión implacable al mar y su fauna se dio a con en su real dimensión, ya que allá van a parar la mayoría de estos dañinos residuos.
Es indispensable disminuir su uso. Lo ideal sería que todas las personas, conscientes del daño ecológico, decidan renunciar a él, lo que no es factible. Una forma de reducirlo es encarecer el producto mediante un impuesto que se ha implantado reforzando los motivos. Muchos de los avances del progreso han tenido efectos negativos en el planeta. Es necesario que, conscientes de este deterioro, se proyecte el talento tecnológico para contrarrestar, pero tiene que haber conciencia colectiva. Todos saben la contaminación al aire de los vehículos que usan combustible y una forma de disminuirla es elevando los costos. Lamentablemente la comodonería alienta la demagogia para impedirlo.