Columba aguarda frente a un hospital sin muchas esperanzas. Su esposo está intubado crítico y sufre diabetes, por lo que prevé lo peor. A su alrededor, decenas de personas esperan angustiadas a saber algo de sus enfermos en la semana en la que el COVID-19 se ha cobrado más vidas en México hasta el momento.
«Sé que mi esposo ya no tiene remedio, por lo menos que le den sus últimos minutos con calidad de vida, con el oxígeno que requiere», cuenta este viernes Columba con enorme entereza y consciente de que probablemente ya no verá más a su marido, a quien el coronavirus agarró con 61 años, diabético, hipertenso y con una falla renal.
Sentada en un banco frente al Hospital General Balbuena de la capital mexicana, el lugar del país más afectado por la pandemia, espera a que la llamen para darle las últimas noticias, mientras su hermana y su cuñado tratan de consolarla como pueden.
Antes de llegar aquí, Columba llevó a su esposo a otros dos hospitales, donde no lo atendieron a pesar de que no se aguantaba de pie.
«No hay calidad humana, se nos cayó y el policía no hizo nada para ayudar. Un poquito de calidad humana no les caería mal», sentencia.
UNA LARGA ESPERA
Las visitas de familiares están prohibidas en los hospitales que atienden COVID-19. No queda otro remedio que esperar en la calle a que el personal sanitario grite el nombre del paciente desde el otro lado de la verja del centro médico para saber cómo se encuentra.
Para evitar críticas por desatención, la Ciudad de México activó recientemente un servicio de videollamadas e instaló carpas de información en algunos centros médicos.
Pero con rostro afligido, decenas de familias pasan el día sin mayor distracción que buscar una sombra donde resguardarse. El tiempo pasa demasiado lento y algunos, los que viven lejos, tienen que quedarse a dormir en la calle.
Las noticias que llegan no son muy halagüeñas. El Gobierno ya está preparando el desconfinamiento para junio, sí. Pero el pasado martes hubo por primera vez más de 300 muertos en un día y el jueves más de 2.000 nuevos enfermos.
En total, México ya acumula 4.477 muertos por esta enfermedad y 42.595 enfermos confirmados.
Esta madrugada, María Teresa llamó al teléfono de emergencias porque su esposo, Rodolfo, de 59 años, no podía respirar. Le dijeron que todavía no era candidato, pero no hizo caso y fue a buscar un hospital.
«Está muy preocupado porque no puede hablar ni mantenerse en pie porque le falta el aire», cuenta sobre Rodolfo, quien ha sido intubado en el Hospital Balbuena porque solo respira al 30 %.
María Teresa tiene «miedo» porque en su humilde barrio ya ha muerto una decena de personas por coronavirus y ahora recuerda con ironía cuando Rodolfo no quería llevar cubrebocas: «Mi esposo es muy terco, yo salgo con dos (cubrebocas) y él dice ‘no me va a pasar nada, no necesito eso'», cuenta.
LOS HOSPITALES, AL LÍMITE
Como Rodolfo, no paran de llegar nuevos enfermos a los hospitales de la capital mexicana, foco rojo de la pandemia con más de 11.000 contagios confirmados y 1.000 decesos.
Muchos emprenden un viacrucis para encontrar un hospital en el que ser atendidos, pues el 73 % de las camas de atención general y el 58 % de las camas para intubaciones están ocupadas en la capital.
A nivel nacional, la ocupación llega al 35 % para camas de hospital generales y al 29 % para camas con enfermos críticos.
La ambulancia de Raúl Quirós estuvo casi tres horas esperando este día en el Hospital General La Raza, en la capital, para que atendieran a una paciente embarazada de 34 semanas que se ahogaba con síntomas de COVID-19.
Este paramédico del servicio de urgencias capitalino admite que muchos hospitales están saturados, pero sobre todo hay «una falta de administración y de comunicación».
Y es que no es la primera vez que le avisan para que lleve a un paciente a un hospital y luego allí no lo quieren o pueden atender. «Es muy duro ver cómo el paciente se deteriora con cara de angustia», explica.
LABOR SOLIDARIA
Frente a tanto sufrimiento, hay ciudadanos que tratan de ayudar como pueden a las familias y honrar al personal médico por su labor.
Es el caso de Jesús y Carmen, un matrimonio del céntrico estado de Hidalgo que recorre 90 kilómetros hasta la puerta del Hospital General de México para repartir sándwiches, fruta y agua.
«A veces da ganas de llorar ver la situación de todas las personas. No tenemos a ningún familiar enfermo pero aquí estamos tratando de ayudar», cuenta Jesús, quien decidió dar el paso al ver por televisión las familias esperando en la calle.
«No somos ricos, pero tratamos de que con lo que nos va sobrando ayudar a la gente», concluye. EFE