John Machado
Rosa tiene seis hijas y hasta hace dos meses vivía de su negocio de jugos naturales. No era mucho lo que ganaba, pero le alcanzaba para batallar.
Hoy ella recorre la ciudad con un carro de frutas esperando que caiga algo de dinero. Cuando se le pregunta cómo va el día, mira al suelo y llora.
Su impotencia es la misma que acompaña a los cerca de 7.000 cuencanos que perdieron su empleo en los dos últimos meses, porque en la ciudad simplemente no hay dinero.
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El coronavirus genera temor. Quienes salen a la calle saben que se exponen a una enfermedad que afectará sus pulmones, pero el miedo no es suficiente para mantenerlos en casa, pues a estas alturas ya se sienten asfixiados por el hambre.
Y asfixia a todos: a pequeños y grandes comerciantes que esperan por el cambio de semáforo para reactivar una economía que desde la clandestinidad camina en amarillo desde hace más de 15 días.
Desde esa clandestinidad, Carlos Bustamante abre su almacén de zapatos desde el lunes y se arriesga a una clausura porque en los últimos dos meses acumuló deudas con proveedores y empleados por 8.000 dólares. Y las tiene que pagar sí o sí.
En medio de la cuarentena cerró dos de las tres tiendas que tenía. Hoy su empleado, el único que queda, tiene orden estricta de bajar la puerta “si asoma” la Guardia Ciudadana. Él lleva en la memoria una lista de justificativos para evitar la clausura en caso de que le pillen ganándose la vida.
Los vecinos de Carlos de lado y lado han abierto las puertas de sus negocios, pero no para reactivarse, sino para sacar lo poco que aún pueden llevar. «Mueven su negocio, quiebran, se alzan”, dice Bustamente.
«Quienes salen a la calle saben que se exponen a una enfermedad que afectará sus pulmones, pero el miedo no es suficiente para mantenerlos en casa, pues a estas alturas ya se sienten asfixiados por el hambre».
En la esquina de la General Torres y Sucre, antes un espacio de alto movimiento, hoy solo se ve puertas entreabiertas. Junto al semáforo queda apenas un basurero lleno de tablas de alguna tienda que cerró para siempre mientras sus dueños esperaban que la luz del semáforo epidemiológico pasara a verde, o al menos amarilla, para volver a producir.
Industria
En el otro costado de la ciudad el vapor de las chimeneas y el ruido de los motores dan cuenta de que la economía de Cuenca no está muerta, sino que se encuentra solo en cuidados intensivos y esperando el alta médica. El Parque Industrial se pone en marcha.
Desde hace una semana las fábricas funcionan bajo extremas medidas de bioseguridad y con plantilla reducida. En Colineal, donde nadie entra sin desinfectarse, se trabaja con el 25 % del personal y los escogidos para las labores sienten que volvieron a la vida.
En los locales de Quito y Guayaquil, Colineal está atendiendo bajo los mismos protocolos de bioseguridad.
“Cuando me llamaron a trabajar casi no pude creerlo (…) fue una emoción, una felicidad. Después tuve miedo por la enfermedad, pero de miedo no se vive, así que aquí estamos, dándole con todo”, cuenta Guido Peñaloza mientras pone los remaches a uno de los primeros muebles post cuarentena.
Diego Malo, economista y director de la Cámara de Industrias Producción y Empleo (CIPEM), gremio que activó 130 empresas hace una semana, señala que hasta el momento no han existido contagios y luchan todos los días para pagar proveedores y empleados.
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Indurama
Quienes vuelven a las fábricas lo hacen con la ilusión del primer día. Saben que hay otros que no regresarán, aquellos que integran la lista de 630 empleados despedidos de Indurama esta semana por las ventas bajas y almacenes cerrados.
“Cuando me llamaron a trabajar casi no pude creerlo (…) fue una emoción, una felicidad. Después tuve miedo por la enfermedad, pero de miedo no se vive». Guido Peñaloza, empleado de Colineal.
Mediante un comunicado firmado por su gerente, Horst Moeller, la empresa detalla en una frase lo que es un sentir generalizado en la ciudad: “esto es insostenible”, y se detalla que las pérdidas son del 95 %.
Indurama quiso mantener a todos los empleados hasta el final, pero la situación no se lo permitió. Liquidó a sus empleados por despido intempestivo sin figuras jurídicas que reduzcan sus derechos laborales y les extendió los servicios de salud y comisariato.
“Tenemos la esperanza de recuperarnos”, subrayó Moeller, mientras desde el Parque Industrial Diego Malo pide abrir la economía, “¡pero ya!”, enfatizó. De su lado Bustamante espera que la luz del semáforo cambie para trabajar en paz.
Mañana viernes el Comité de Operaciones de Emergencia (COE) cantonal decidirá si se pasa o no del rojo al amarillo.
Mañana viernes también Rosa volverá a las calles sin importarle los semáforos, porque ella sabe de hambre, y eso no tiene color. «¿Qué será eso de la resiliencia?”, se preguntó ella durante al conversación.