Culpar de la violencia doméstica al consumo irresponsable de alcohol es «preocupante», porque «invisibiliza» las «verdaderas causas» del problema y deja de lado la responsabilidad de enfrentarlas, afirma Sandra Elizabeth Luna, presidenta saliente de la Sociedad Interamericana de Psicología.
«No se puede responsabilizar a una botella de alcohol, echarle la culpa a un único factor, cuando es una violencia estructural arraigada en el tiempo y en la cultura», subraya la psicóloga guatemalteca sobre Gobiernos e instituciones en América Latina que han adoptado la postura de «echarle la culpa a otro», e impuesto leyes de prohibición de venta de alcohol como «solución» al problema.
Miembro del grupo de violencia, prevención y resiliencia de la asociación y especialista en violencia intrafamiliar, Luna habla en una entrevista con Efe de cómo la cuarenta por la COVID-19 en América Latina ha visibilizado un problema cuyas raíces están en la «cultura patriarcal» de la región.
«La violencia está en un círculo y es difícil de romper», sobre todo en una región donde hay algunos países que ratifican tratados y convenios o promulgan leyes contra la violencia de género e intrafamiliar y luego no los hacen cumplir y otros carecen de políticas públicas para enfrentar el problema, indica.
La especialista guatemalteca explicó cómo al principio de la pandemia hubo una disminución de las denuncias por violencia intrafamiliar.
Eso hizo que las instancias que se ocupan de eso se dieran cuenta de que obedecía a que los maltratadores y sus víctimas estaban «24 sobre 24 horas» juntos en sus casas y así no había posibilidad de denunciar.
Luna dice que es difícil decir a ciencia cierta cuánto ha aumentado la violencia doméstica en América Latina en medio del confinamiento, pero hay algunos datos que dan una idea.
En México, los avisos por violencia de género a la Red Nacional de Refugios aumentaron un 80 %, y de acuerdo con estimaciones de la Secretaría de Gobernación la violencia de género pueden haberse incrementado por encima de un 30 % .
En Brasil, distintas fuentes citadas por los medios cifraron el aumento durante la pandemia entre un 30 y un 44,9 %, y en Argentina solo en los primeros 23 días de confinamiento hubo 18 femicidios, de los cuales el 70 % fueron en la vivienda de las víctimas.
La Organización Mundial de la Salud alertó que la violencia contra las mujeres se incrementó un 60 % en todo el mundo durante las cuarentenas.
Luna señala que la situación de incertidumbre creada por la COVID-19 y el consiguiente enclaustramiento para evitar el contagio ha generado solo «emociones negativas: enojo, irritabilidad, ira, frustración, desesperación» y eso puede provocar estallidos violentos .
Pero eso por si solo, como ocurre con el alcohol o a las enfermedades mentales, no sirve para explicar la violencia intrafamiliar o contra las mujeres, dice Luna.
Contradictoriamente al resto de los países latinoamericanos donde se aplicó la ley seca, y aún así siguió en aumento la violencia doméstica, en Panamá, la ley seca «aparenta» haber funcionado. Los casos bajaron un poco y luego aumentaron en mayo después de que dejara de regir una estricta ley seca, según dijo a medios locales a fines de ese mes Katya Meléndez, fiscal principal de familia. Lo que plantea el interrogante de si es efectivo o si las víctimas no encuentran las vías para pedir ayuda.
Una cosa es certera, la violencia doméstica no para de subir con la pandemia y el encierro y ha hecho a los especialistas replantearse la necesidad de cambiar los protocolos de actuación cuando una mujer denuncia maltratos o abusos por parte de sus parejas.
El primer paso es la sensibilización, subraya Luna. La violencia está normalizada. Las mujeres muchas veces, ni siquiera saben que lo están viviendo y la sumisión, característica de las mujeres atrapadas en estas situaciones, solo empeora la situación y no les permite salir.
Entender como sociedad que la violencia es parte de la cultura latinoamericana y debemos cambiar los estereotipos y ser solidarios, es un trabajo que tenemos que hacer entre todos, si queremos parar esta otra «pandemia».
Normalmente es ella la que abandona el hogar con sus hijos y pasa a un refugio o un lugar secreto donde el marido no pueda encontrarla, pero eso es arriesgado cuando fuera del domicilio existe el riesgo del contagio, subraya.
La idea de un refugio para maltratadores también se ha planteado, pero por ahora no ha habido ningún país donde se haya aplicado. EFE