OPINIÓN|
Mucho tiempo venimos hablando de crisis en todo orden de la vida y de la naturaleza, de valores e incluso de fe; confiando que después del estado de desorden por la ausencia de un buen régimen de regulación de la colectividad, advenga el cosmos, es decir, tanto un sistema del mundo que mantenga al universo íntegro y sujeto a las leyes del movimiento como en armonía racional para la especie.
Si la naturaleza se sujeta a las leyes del movimiento de la materia, la vida del hombre se rige por la Constitución: texto normativo para el funcionamiento de la sociedad que debe ser elaborado por las personas más preparadas de un país y así tenga vigencia larga para el sustento de la colectividad.
La última Constitución se fecundó en Carondelet y aprobó en Montecristi con cambios arbitrarios a media noche por gente que hoy mismo son buscados por la justicia. El texto es excesivamente extenso, con fallas en muchos artículos lo que dio lugar para que hasta un periodista titulado en “curso de graduación” cambiara un artículo para perseguir a sus compañeros y satisfacer la egolatría y sed de venganza de su amo.
Se dijo que la parte dogmática era una de las mejores del mundo y muchos cándidos se la creyeron, sin leer los 444 artículos con grandes ambigüedades. Tan mala fue, que luego de ser aprobada en paquete, el dictador hizo que se la manosee y se la interprete a su gusto. Fue un bodrio para asco de verdaderos constitucionalistas.
Concebida por mañosos y rastreros para perpetuar en el poder al autócrata, fue fraguada sobre la base de mentiras, injurias y resentimiento social. Los resultados comenzaron a sentirse a los pocos días de aprobada y poco a poco nos llevó hasta donde estamos.
Lo que cabe es una Nueva, pero cuando las enfermedades del espíritu se diluyan y se escoja a los mejores hombres para que la construyan. Si se requiere una Reforma perentoria, que sea la propuesta por el Comité por la Institucionalización Democrática que pretende la eliminación del Cpccs, el retorno a la bicameralidad y dar autonomía a la Fiscalía. La del otro capataz, que quiere mandar desde fuera de poder, ni siquiera debe merecer comentario. (O)