Jorge Dávila Vázquez / Rincón de Cultura
Desde muy antiguo, los artistas pusieron su corazón en seres especiales. La poesía, la música, la pintura traen la huella del paso de amores ideales por la vida de los creadores. En los cuadros de Botticelli, por ejemplo, la imagen idealizada de una mujer aparece en motivos mitológicos o religiosos, con la delicadeza de sus preciosos rasgos, fue una tía de Americo Vespucci, Simonetta, amante del mecenas del pintor, Lorenzo de Medici, y convertida en musa -y según algunos, amor imposible- del extraordinario artista.
Cinco siglos antes, el poeta latino Propercio había consagrado la mayor parte de su poesía a Cintia, una amada casi imaginaria: “Cintia fue la primera que me cautivó con sus ojos, pobre de mí, no tocado antes por pasión alguna. Entonces Amor humilló la continua arrogancia de mi mirada y sometió mi cabeza bajo sus plantas…”
En la poesía del fin de la Edad Media y Principios del Renacimiento, sabemos cuáles son las dos amadas ideales: Dante atraviesa el Purgatorio, el Infierno y el Paraíso en pos de su imposible amor: Beatriz, una jovencita de la familia Portinari,muerta tempranamente a la que conoció y transformó en un ser casi celestial, y Petrarca, que dedicó la mayoría de su producción a una hermosa mujer de Aviñón, casi irreal, que muchos han querido identificar con una dama de la familia Sade, y que fue inmortalizada en su famoso Cancionero “en vida y muerte de Laura”.
A lo largo del tiempo se han sucedido las amadas, ideales o no. Aquí solo mencionaremos unas pocas, como Mathilde Wesendonck, cuyos poemas, que no son de mayor vuelo lírico, fueron transformados por un enamorado Richard Wagner, en una serie de canciones o lieder de gran belleza.
Y de la poesía contempránea en español solo mencionaré un par de casos: Eduardo Carranza, el poeta colombiano, que dedicó a su amada uno de los más hermosos sonetos de nuestra lengua: “Teresa, en fin, por quien ausente vivo,/ por quien con mano enamorada escribo,/por quien de nuevo existe el corazón”.
Y Medardo Ángel Silva, obsesionado por Rosa Amada Villegas, a quien consagró su último poema: EL ALMA EN LOS LABIOS: “Para expresar mi amor solamente me queda/rasgarme el pecho, Amada, y en tus manos de seda/¡Dejar mi palpitante corazón que te adora!”