EDITORIAL|
El trabajo ya no se considera una maldición en el sentido bíblico del Génesis, es una necesidad humana y una forma del desarrollo de la personalidad al vincular, directa o indirectamente a las personas con la producción y, lo deseable como ocurre con frecuencia, se desarrolla satisfacción con el tipo de trabajo que les toca realizar. La codicia –vicio ruin-hizo del trabajo una forma de explotación. Sin haber llegado a niveles óptimos, este tipo de actividad se ha regularizado con normas jurídicas. En vacaciones se interrumpe para disfrutar del ocio. Sin que sea un privilegio de pocos como antes, es ahora un derecho de todos los trabajadores.
En nuestro medio, el mes de agosto se identifica con vacaciones. Al interrumpirse los períodos educativos, la presencia permanente de los estudiantes en el hogar se aprovecha a que también los padres que trabajan tomen vacaciones ocasiones y se disfrute de este tiempo libre con unidad familiar. Una forma de hacerlo es estableciéndose en un lugar diferente para una mayor desvinculación con las áreas del trabajo. Este tipo de separación temporal interrumpe la rutina de la vida cotidiana ampliando el espacio de libertad. Quienes tienen posibilidades realizan viajes de placer a lugares distantes para satisfacer la necesidad de vincularse a otros grupos humanos con patrones culturales distintos.
La pandemia que nos azota ha trastornado también el sistema tradicional de vacaciones al restringir el transporte y alterar la coexistencia con otros grupos humanos por la necesidad de un razonable aislamiento para disminuir los contagios. Las molestias de la limitación de las formas de vida, puede tener un componente positivo en cuanto incentiva la creatividad para buscar otras formas de usar adecuadamente el ocio vacacional. Es muy difícil hablar de “recetas”, ya que cada unidad familiar tiene formas de ordenamiento y metas en las vidas propias. Es interesante que se desarrollen formas de distracción dentro de cada entorno en el propio hogar.