OPINIÓN|
Esta pandemia agresiva, incontrolable, cambió el mundo con recado de muerte y aislamiento; este virus letal cuya patología impredecible mata y perdona aleatoriamente; este microscópico ser que se cola en las narices y dictamina nuestra suerte dependiendo de la inmunidad individual, no solo nos postra frente al riesgo inminente de muerte, sino también deja inevitables y múltiples secuelas sociales, familiares, económicas en el devenir vital.
Socialmente nos sentimos como peligrosísimos apestados. Todos recelamos de todos en el afán de evitar contagio. Las reuniones familiares y peor aún de amigos, son drásticamente abolidas. La mano se esconde y el abrazo fraterno y recio al amigo visto al cabo de tiempo, se escamotea y transfigura en frio golpe de codos. Se evita estar más de dos en ascensores a pesar de darnos las espaldas y escuchamos “por favor guarde la distancia, aléjese” Oficinas, bancos, atienden tras sendas barreras y mamparas traslucidas. Las bellas mujeres de ventanilla, hoy cubiertas con gorras, turbantes y horrendas mascarillas, esconden la más hermosa y cálida señal femenina, su sonrisa. Personalmente extraño los almuerzos de los miércoles, de toda la vida, en la magnánima mesa de mis tíos, verdaderos padres para mí, pues el miedo a contagiarles es muy grande y peligroso. El abrazo inmenso de la sangre, las rizas y diabluras de mis nietos, se vuelven causa de contagio y dilatan en días la ternura. El extrañamiento de hermanos, familia, solo se convierten en fríos mensajes y memes cibernéticos. Grupos de amigos con quienes departíamos actividades disímiles como pintura, poesía, cultura, caballos, gallos finos, solo son anhelados reencuentros luego de la tormenta. Secuela económica es otra de las más crueles. Los meses de gracia de bancos y tarjetas terminaron y el inmenso pelotón desempleado producto del cierre de negocios, hoteles, restaurantes, se asfixia. Los pequeños ahorros de la clase pobre y media, boquean y la angustia de pagar sustento, arriendo, servicios, escolaridad entre muchas otras cosas, nos ciñe áspera soga en nuestros cuellos, sin esperanza mayor al entender que la reactivación será lenta y cosa de meses y que las ayudas estatales, son inútiles, pues si nuestras economías están heridas, el estado esta agónico, debiendo a municipios, prefecturas, hospitales, médicos, personal de salud, vitales y heroicos en la pandemia. Secuelas drásticas de brutal e invisible enemigo. (O)