OPINIÓN|
El burro está de moda y actualmente figura hasta de candidato y sin embargo es un animal que casi va desapareciendo, nunca faltaba en los campos, nutrido de lluvia, de viento, de ese llano hondo con sabor a tierra era usado para las cargas más fuertes. Según el oficio encomendado al borrico, en la ciudad se le conocía como «lechero, carbonero, o leñero».
Sus rebuznos como una trompeta sacaban del sueño al entorno y en una extraña semejanza con los campesinos de antes, siguiendo la trayectoria del sol como un reloj o un viajero apurado, daba las horas exactas desde el amanecer hasta el crepúsculo.
Alguna vez referí que en Cuenca en una época de hacendados los apodos tenían nombre de animales y no faltó un señor que transitaba con mucha prosa al que llamaron «su majestad el burro».
«Platero es un burro y yo soy Juan Ramón Jiménez», así empieza la poética
descripción de largos viajes de lo que llamaremos el compañerismo de los dos. Juan Ramón le describía el paisaje, el transitar de las personas, lo bueno y lo malo que se encuentra en los caminos; cuando falleció Platero, su amigo le enterró en un jardín. (O)