OPINIÓN|
Era una época de esfuerzos y sacrificios para alcanzar objetivos. Había que formarse para opinar, analizar o criticar. Nada era gratuito, ningún espacio y mucho menos algún peldaño.
Y no fue hace mucho. En aquel tiempo se valoraba la profundidad, proyección, desempeño y tesón. Los esfuerzos mínimos eran identificados rápidamente. La improvisación y poca vergüenza era castigada. Fue un periodo de aprendizaje y dedicación, incluso, de renuncias por alcanzar lo pensado. No había un sentido de “yo me lo merezco” y “tengo derecho a todo”, sino de trabajo y día a día para lograrlo.
La honestidad y transparencia se atesoraban. En casa nos comprometían con las más elevadas pautas para proceder. Estaba en juego no poco, sino el nombre y sentido de familia. Desde temprana edad nos habían marcado los límites e indicado el camino para volar, todo estaba perfectamente detallado, nada era improvisado.
Hoy vemos descomposición. En todos los espacios. Es un tiempo de obstáculos para la integridad. Gobernantes y funcionarios públicos a quienes no les bastó con dividir al país, sino que se debía desfalcar. Intereses personales antes que grupales. Candidatos de elección popular con procesos judiciales que pretenden burlarse del elector. Redes sociales vanagloriadas por la agresión, poco esfuerzo y nula serenidad. No solo se ha trastocado a la responsabilidad, honestidad y carácter, sino que se ha mal comprendido que: lo fugaz y líquido es el camino.
No hay fondo ni estructuras. El respeto es para anticuados. La consideración es para las historietas. El esfuerzo para los que no se han avivado. Hay un tejido social descompuesto, instituciones y democracia también. Hoy se asimila a cualquier cosa como merecimiento o razón. Se han perdido los sustantivos. (O)