Opinión I El hijo de Carrera Andrade

Por: Eliécer Cárdenas E.

Entre los biógrafos de Jorge Carrera Andrade, Darío Lara ha sido uno de sus más entusiastas referentes de diversas facetas del poeta ecuatoriano, que ejerció por muchos años la diplomacia en embajadas y consulados de Europa, América y Asia.

En su obra “Memorias de un Testigo”, en dos tomos, Lara retoma sus apuntes diarios que mantenía en su juventud, referentes a sus estancias en Inglaterra y Francia, donde estudiaba becado, y por cuya razón conoció a Carrera Andrade en el año 1947, plena Posguerra, cuando el poeta diplomático ejercía de Embajador Plenipotenciario en Londres, pero que, según refiere discretamente Darío Lara, “Era Embajador en Londres, pero más se pasaba en París”, lo cual era motivo de habladurías en el pequeño mundillo diplomático de entonces.

Cuenta Darío Lara un hecho curioso. El poeta Carrera Andrade, que entabló una especie de amistad de padre a hijo con el biógrafo, un buen día le pidió que fuera maestro oficioso de su hijo Jean-Christophe, ya un mocetón de doce años, vástago de la esposa francesa del poeta ecuatoriano y que había heredado de su madre una talla gigantesca. Resulta que el muchacho, por ser hijo de diplomático, sudamericano por más señas, y para los parámetros de la culta y ordenada Europa, bastante desordenado en asuntos de hogar, no había aprendido casi nada en los establecimientos educativos por donde había pasado en tres continentes, es decir América, Europa y Asia, y el pobre adolescente era tan confundido lingüísticamente, que mezclaba los idiomas, español, francés e inglés, y por lo tanto no sabía hablar con propiedad ninguno de esos idiomas. Aclaramos que el muchacho no tenía ninguna discapacidad, sino que era producto de una vida de viajes, de gitanería diplomática paterna.

Darío Lara, con abnegación, y todo sea por su admirado poeta Jorge Carrera Andrade, se aplicó en enseñar correctamente el idioma español paterno al muchacho Jean- Christophe, y además asistió, lógicamente sin quererlo, a las desavenencias del poeta con su esposa, a punto de separarse. Muy latinoamericanamente, Jorge Carrera Andrade había conseguido una “Gobernanta” francesa guapísima, para cuidar del jovencito. El resto queda a la imaginación del lector. (O)

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