Por Matías Abad
Hace veinte años inicié la universidad. En aquella época, el celular recién empezaba a ser asequible, el acceso a Internet era medianamente razonable y los trabajos en grupo concluían con la costosa quema de un CD que contenía la presentación en Powerpoint solicitada por el profesor. No existían las redes sociales y casi nadie tenía una memoria USB.
Desde entonces muchas cosas han cambiado. Hoy, nuevamente en la universidad pero desde el otro lado del pupitre, la tecnología se ha constituido un gran aliado del docente; especialmente bajo las circunstancias actuales.
Los materiales de las clases se organizan en Google Classroom, usamos ZOOM para las conferencias y las lecciones se toman en el teléfono a través de Quizziz. Como tarea, los estudiantes cargan su hoja de vida en LinkedIn, ven un documental en Netflix y todos aportan sobre un tema en el archivo colaborativo en Google Docs.
Los temas frecuentes en clase involucran inteligencia artificial, big data, robótica, neurociencia, la nube, el Internet de las Cosas.
Sin darnos cuenta -y sin todavía haber podido entender bien qué fue eso de la Revolución Digital-, desde los países en desarrollo se advierte que estos cambios tecnológicos son parte de una Cuarta Revolución.
Luego de la revolución agraria, la industrial y la digital; esta cuarta revolución se caracteriza por traer significativos cambios en nuestra forma de vivir, trabajar y relacionarnos. A partir de las nuevas tecnologías, se está integrando el mundo físico, el digital y el biológico.
Por otra parte, desde una dimensión económica, en esta Cuarta Revolución los avances ciberfísicos (combinación de maquinaria física con procesos digitales) tienen como propósito llegar a automatizar la mayoría de procesos industriales, a un punto ideal de contar con verdaderas fábricas inteligentes.
En lo cotidiano, tenemos el concepto de Internet de las Cosas (IoT) que describe la interconexión digital de objetos cotidianos: refrigeradores que notifican la falta de algún producto, cepillos de dientes que te alertan si hay caries, zapatos con GPS o inodoros que diagnostican la salud a través de analizar la orina.
Sin embargo, este derrotero de hacer más inteligentes y autónomas a las industrias y a los hogares tiene sus matices y riesgos. El proceso beneficiará a aquellos que estén preparados para el cambio y que sean capaces de adaptarse a las nuevas exigencias del entorno. Seguramente muchos empleos se perderán, la desigualdad en el ingreso podría acentuarse y aparecerán nuevos dilemas ético-laborales a resolver.
Finalmente, el activo más importante, sin el que ninguno de estos cambios sería posible, es el ser humano; pues tecnología necesita alguien que la ponga en marcha, la dirija y controle.(O)