«Las palabras son símbolos que postulan una
Memoria compartida. La que ahora quiero historiar
Es mía, solamente mía; quienes la han compartido,
Han muerto», Jorge Luis Borges.
Escribo en domingo que para mí es símbolo de soledad, como el domingo sombrío del que habla el poeta; los días anteriores los he compartido con cada uno de mis hijos.
Me acerco a la ventana y miro: llueve y hay un manto de neblina que como si fuera un sudario cubre el paisaje semi campesino que me encanta y que en las noches de luna se proyecta como “una sola sombra larga” que palpita en mis recuerdos y se aloja en mi corazón. Vuelvo a recordar, a veces con añoranza y pena, otras con una sonrisa.
Un día sucedió un accidente de tránsito y la víctima falleció. Uno de los
testigos dijo saber su nombre y avisaron a sus familiares quienes solicitaron a amigos que se encargaran de colocarlo en un ataúd mientras ellos arreglaban la capilla ardiente. Los encomendados, al apuro, como antes se decía, cumplieron el encargo. El momento del velorio, la persona que creían muerta se presentó sana y salva; la confusión fue terrible porque en realidad estaban velando a otro.
El individuo sujeto de la confusión, mirando a la gente que había concurrido supuestamente a honrarlo, se enojó con algunos de sus amigos que no habían ido. (O)