OPINIÓN|
El 15 de octubre celebramos el Día Internacional de las Mujeres Rurales, decretado por la ONU en el 2007 y celebrado desde el 15 de octubre del 2008, para rendir homenaje a este sector poblacional, tradicionalmente no visibilizado por una sociedad excluyente que casi nunca reparó ni valoró su rol, pese a ser fundamental en el desarrollo, en la seguridad alimentaria y en la lucha contra la pobreza.
En las grandes crisis de la humanidad como guerras, catástrofes ambientales, pandemias y otros eventos que producen disminución de la población, déficit en la producción, pobreza y hambre, el papel de la mujer rural, como sustentadora de vida, de saberes y tradiciones; proveedora de alimentos y dinamizadora de la economía, se visibiliza, rol no valorado por ser tan de la cotidianidad: levantar a los niños, asearlos, vestirlos, servir el desayuno y enviarles a la escuela, servir el desayuno al esposo que saldrá a trabajar; asear la casa, alimentar animales domésticos, ordeñar y llevar el ganado a los pastos; cultivar la huerta y la chacra, recolectar productos para la alimentación y para el mercado, improvisar emprendimientos; preparar y servir el almuerzo, controlar las tareas escolares; volver el ganado a los establos, preparar y servir la cena; lavar, tejer, coser y planchar, preparar uniformes y alimentación para mañana. ¿Y cuando le preguntan, ¿en qué trabaja? –¡En Nada!, solo quehaceres domésticos-.
Usualmente constituyen una fuerza laboral agrícola sin remuneración, sin asistencia sanitaria, sin asistencia agro técnica, sin servicios básicos, peor internet cuando hablamos de escolaridad virtual. La pandemia agudizó sus carencias y exigió más su aporte como abastecedor de alimentos a la población urbana enclaustrada. Ellas son las manos que nos alimentan y una certeza de solidaridad en tiempos de crisis. (O)