OPINIÓN|
Las primeras luces se filtran entre las tétricas sombras de la mortal pandemia que ha puesto en vilo a la propia humanidad. Son las del nuevo mundo que empiezan a dar inconfundibles señales. Están a la vista. Muchos, con temores infundados o no, se niegan a verlas, o miran hacia otro lado. Es el mundo que, a despecho nuestro, vivirán nuestros hijos y nietos. Expondré algunos alarmantes datos que lo visibilizan: En 1950 –año agorero- los conocimientos científicos y tecnológicos de la humanidad se duplicaron. A continuación, desde 1950 a 1970, se volvieron a duplicar. En los siguientes años, la brecha se fue estrechando cada vez más, hasta el punto que, 183 días después del 1 de enero del 2020, la duplicación se produjo nuevamente. A ese ritmo, todo ocurrirá tan rápido que, simplemente seremos arrasados.
Los libros de ciencia, y en general todos los que reúnen el conocimiento humano, junto a las estatuas de los sabios que en su momento los crearon, dada la arrolladora fuerza de los avances, serán inevitablemente derribados y derribadas. El ímpetu del desarrollo científico y tecnológico, sin parangón en lo que va de nuestra historia, posiblemente no dejará nada en pie. Las grandes verdades del pasado, serán las grandes mentiras del porvenir. La vorágine está en marcha y, en toda nuestra azul esfera, no hay quien pueda detenerla, por la sencilla razón de que todos somos parte de ella y, por tanto, no podemos escapar a su colosal vértigo.
Si queremos enfrentar al nuevo mundo, el cambio de mentalidad es inaplazable, más aún si asumimos que los conceptos políticos, éticos, filosóficos y de todo orden, se tambalean. En 2 decenios a lo mucho, el número de robots superará a la población humana. ¿Qué haremos frente a ellos?. Y todo ocurre con tal celeridad, que no nos dejarán tiempo ni para mirar atrás. (O)